La flexibilización del mercado de trabajo puede reducir el empleo, a través del aumento de la carga horaria y la intensificación del trabajo.
Afirmado por el resultado electoral que le ha dado el deseado piso de gobernabilidad, el gobierno ha anunciado que volverá a la carga con la reforma de la legislación laboral. Nada nuevo bajo el sol: el fundamento es bajar los costos laborales, adecuarse a supuestas nuevas condiciones del trabajo y reducir el trabajo no registrado.
Para este propósito se propone aminorar la incidencia de la indemnización por despido y flexibilizar los convenios colectivos, entre otros tópicos. El argumento subyacente es que la normativa laboral produce rigideces que desincentivan el empleo en blanco e incluso el empleo en general (para no hablar de la industria del juicio). Una reducción del costo laboral redundará en un aumento en el empleo, además de incentivar su blanqueo. Estos son los argumentos, pero no resisten el análisis y el contraste con la experiencia.
Hechos no muy lejanos han mostrado que el empleo formal puede crecer a tasas importantes, sin necesidad de ninguna reforma. Esto es lo que ocurrió en el último ciclo de crecimiento de la economía argentina. Ponemos el foco en el período 2005-2013, que es cuando se inicia el crecimiento efectivo, luego de la recuperación del derrumbe ocurrido entre 1998 y 2002.
Analizando la evolución del empleo registrado del sector privado, de la Población Económicamente Activa y del Producto Interno Bruto, comprobamos que el empleo registrado del sector privado creció a una tasa anual de casi 5%, superior a la tasa de crecimiento del PIB. El dato de empleo registrado del sector privado surge de registros laborales (no proviene de encuestas). La trayectoria de la Población Económicamente Activa se obtiene interpolando los valores según los Censos de Población de 1991 y 2022.
Esto significa, en castellano, que no solo que hubo empleo registrado nuevo, sino que además se formalizó empleo antes informal. Y no hubo reforma laboral flexibilizadora; de hecho, volvieron a tener vigencia convenios colectivos de trabajo, repuestos en el período luego de su parcial desactivación en la dorada época de los ’90 (cuando se dio prioridad a lo acordado por empresa). Una constatación adicional, que va en contra de los lugares comunes, es que el empleo registrado del sector privado entre 1997 y 2024 ha crecido por encima de la población económicamente activa, lo que indica una tendencia de largo plazo hacia la formalización.
Yendo ahora a las reformas propuestas, la flexibilización del mercado de trabajo puede reducir el empleo, por aumento de la carga horaria y la intensificación del trabajo. Esto, sobre todo, si se generaliza un clima de mayor exigencia hacia el trabajador, en un contexto de alto desempleo, en una suerte de círculo vicioso: se acepta intensificar el trabajo por miedo a caer en el desempleo, en un mercado sobreofertado, y esto tiende a disminuir el empleo.
Esto fue a nuestro juicio lo que ocurrió en la década de 1990 y explica en parte no menor las tasas de desempleo y subempleo de dos dígitos que vimos desde 1993, pese al ciclo de crecimiento en aquel entonces (crecimiento un tanto sobre-estimado, pero esto será tema de otra nota).
Eran los tiempos en que una columna de La Nación ponía en boca de personajes yuppies frases edificantes, tales como “¿Viste qué bien te atienden en los comercios, ahora que hay desempleo?” o “¿A cuántos echaste esta semana?” (“Diálogos en la City”, columna de Juan Carlos Casas, bajo el seudónimo de D. Home).
Hasta ahora, no vemos que se haya llegado a este punto; pero es esperable que ocurra, y seguramente las patronales y el gobierno harán lo posible, para así volver a la dorada década del ’90.
Se dirá que la mayor rentabilidad impulsará la inversión y que la marea ascendente en definitiva beneficia a todos. Pero si hay algo que faltó en la década del ’90 – pese al consenso unánime que hubo hacia la Convertibilidad y las reformas de esa época – fue inversión. Este fue quizá su mayor fracaso: la inversión fue 18% del PIB y el crecimiento fue de sólo 2,2% anual entre 1993 y 2001, por debajo del de Brasil, Chile, Colombia y México.
Los hechos son tozudos, pero muchas veces la voluntad de no verlos es más tozuda, y es así que una vez más tropezamos con la misma piedra. No esperemos nada de esta reforma laboral, que no sea el empeoramiento de las condiciones de trabajo y más desempleo.
*CESPA-FCE-UBA