#YoAborté: microrrelatos de una realidad clandestina Por Agencia Paco Urondo.

13-06-2018 Opinion

Estos testimonios no son individuales, son parte de un mismo movimiento. “Yo aborté” da testimonio, rompe silencios, sana, nos planta firmes contra toda condena religiosa y social y hace de una voz, la voz de todas: nosotras, personas gestantes, abortamos. Lo hicimos siempre y lo vamos a seguir haciendo. Y nadie puede reversionar nuestra propia historia.

“Era muy joven. Tenía 17 años cuando quedé embarazada. Al comienzo sentí mucho orgullo porque era la confirmación de mi posibilidad de ser madre. Pero tenía claro que no era el momento para serlo y decidí abortar. Por suerte tuve el apoyo de mi familia y mi pareja y el dinero para hacerlo. La intervención fue en el consultorio particular de un médico. No fue agradable en absoluto, pero tampoco traumático. Tuve la contención y la seguridad para hacerlo. Estoy convencida de que tomé la decisión correcta para mí. No es un simple trámite pero estoy conforme con haberlo resuelto de ese modo. Tengo 54 años y estoy feliz de haber sido madre cuando tomé la decisión de serlo”.

Se realizan entre 371.000 y 522.000 abortos anuales en el país, según un estudio financiado por el Ministerio de Salud de la Nación y coordinado por CEDES y CONICET-CENEP. Las personas gestantes abortan. Esto, gracias a las batallas dadas por el movimiento feminista, quedó fuera de discusión. Aceptar la realidad de miles de personas que deciden interrumpir un embarazo anualmente en Argentina es visibilizar su existencia, romper con el silencio y la condena social, reconocer su subjetividad. ¿Por qué contar historias individuales, si esta lucha es la historia de todas nosotras?

“Me enteré que estaba embarazada luego de que el ecógrafo me preguntara mi edad para confirmar que era chica. 20 años y con una angustia que me inundó en segundos. Me preguntó si quería seguir con ello y mi respuesta fue un rotundo ¡No! Me trató bien y me dijo que, haga lo que haga, no me lastime. Salí desesperada y llamé a mi amiga militante que movió la tierra para encontrar ayuda. Felizmente en unos días una piba fue a casa, charlamos y quedamos en volver a encontrarnos para que ella me diera la receta. La odisea fue encontrar un domingo a la tarde una farmacia en Constitución. Caminamos y terminamos en otro barrio pero logramos dar con el Misoprostol. Un abrazo nos encontró. ‘Ya está amiga, tranquila. En otro momento me devolvés la plata’.  Pasamos por los corsos, compramos chocolates y al llegar a casa puse una peli que siempre me hace reír. La noche pasó, ella muy atenta me acompañó y me observó. Mi vida pudo seguir, estoy viva por la información, por mi decisión y por esa gente que te abraza, no te juzga y sin dudas te acompaña”.

«Fue cerca del invierno. Tenía 21 años y una hija de 4 años. Mi pareja estaba sin trabajo y yo empezaba mi segunda carrera. Le pedí a mis hermanas dinero prestado. Ellas juntaron los 2000 pesos. Todo se realizó en una clínica con un doctor al que todos conocen y saben que realiza este tipo de operaciones. Él mismo me dijo, no te preocupes, es una operación habitual. En la clínica me atendieron junto al doctor, una enfermera, un instrumentista, una ecografista y el anestesista. Me durmieron completamente. Duró una hora. Cuando desperté me llevaron a la habitación; me dieron una merienda y luego dormí hasta el día siguiente. Me desperté, me dieron el alta y volví a casa. Solo mis hermanas saben de esto. El doctor pidió que nadie me acompañe ni me visite. Es todo».

El trabajo de escuchar testimonios es un ejercicio indicial: recordar que somos una abortando cada vez que una mujer o persona gestante en este país se ve obligada a recurrir a un aborto clandestino. Apuntar entre todas a un Estado responsable pero ausente, a una ideología que se impone bajo preceptos religiosos pretendiendo limitar nuestra agencia sobre nosotras mismas, disputar territorio en un campo que nos pertenece pero del que se nos excluyó sistemáticamente.

La OMS declaró como medicamentos esenciales a la mifepristona y el misoprostol para la práctica de abortos seguros. ¿Qué indicio nos da esto? Que la prohibición de su uso con fines abortivos es de carácter moral ya que médicamente está avalado.

“Aborté en el año 2000, ya siendo madre de dos hijos. Lo realicé con Misoprostol. Son pastillas muy efectivas y te provocan una hemorragia bastante rápida. Recuerdo que  me sentí mal y tuve mucho dolor de ovarios. También tuve mucho miedo porque me sentía mal y no sabía qué iba a pasar: si la hemorragia se iba a poder controlar, si me iba a morir, o si iba a llegar al hospital. Conseguí las pastillas sin problemas en un lugar que la vendían libremente para otra especificidad. Me las recomendó una amiga que las había usado y no lo dudé. No había posibilidad, no quería seguir adelante con el embarazo. Me la jugué y cuando la hemorragia empezó, me interné. Entonces me tuvieron que hacer un aborto terapéutico porque tenía una hemorragia imparable. Fue un aborto que salió bien y esa fue mi experiencia con el Misoprostol”.

La mifepristona actualmente no se encuentra disponible para su comercialización en Argentina. Por su parte, el misoprostol de 200mg es producido y comercializado por un único laboratorio: laboratorios Beta, de capital nacional. Su dueño es Gregorio Zidar, quién en algún momento administró una parte del Club Atlético Boca Juniors durante el mandato de del actual Presidente de la Nación. El laboratorio no fue clausurado por llamado telefónico directo de la Jefatura de Gobierno en mandato de Macri. Este hecho se relata en un video publicado en el portal de la agencia de noticias Télam en el año 2010 que muestra a Fernando Cohen, coordinador de Higiene y Seguridad, contando que no pudo clausurar el lugar. El misoprostol se puede comprar bajo el nombre de Oxaprost y parte del rédito funcional a la ilegalidad es que no está cubierto por obras sociales, siendo muy difícil acceder económicamente al mismo si no se cuenta con recursos financieros.

“Yo aborté. Enfrenté, en primer lugar, al modelo médico hegemónico androcentrista patriarcal y a la Iglesia Católica que consideran al aborto como una práctica ilegal. En segundo lugar, accedí al aborto a través de una médica que desconocía que profesaba tal religión y que intentó retrasar mí aborto por todos los medios, aduciendo que estaba de menos semanas, poniendo en peligro mi salud y vulnerando mis derechos. Dos instituciones que atravesaron mi cuerpo y violentaron mi decisión, ya que ésta quedó sepultada bajo el silencio. Pude haber muerto por la precariedad de las condiciones en que lo hice y por el tiempo excesivo del embarazo. Habitando desiertos, así me sentí: en absoluta soledad”.  

Estos testimonios no son individuales, son parte de un mismo movimiento. “Yo aborté” da testimonio, rompe silencios, sana, nos planta firmes contra toda condena religiosa y social y hace de una voz la voz de todas: nosotras, personas gestantes, abortamos. Lo hicimos siempre y lo vamos a seguir haciendo. Y nadie puede reversionar nuestra propia historia.

“Ella tenía 29 años, estaba recibida y sabía que podía contar con toda su familia para llevar adelante el embarazo. Conoció a un tano, se vieron un par de veces y a las dos semanas se dio cuenta que estaba embarazada. Ella hoy en día es mi mamá, que nunca se arrepintió porque fue ella quien decidió sobre su cuerpo y su futuro: no era ese verano el contexto donde quería llevar adelante una maternidad. Hoy ‘ese tano’ es mi querido viejo. En octubre de ese mismo año se casaron y a los dos meses mi vieja volvió a quedar embarazada, pero esta vez con un proyecto y de mí. Silvina siempre fue mujer, pero fue ella la que decidió cuándo, cómo y con quién ser madre”.

“Aborté cuando tenía 19 años, en 1984. Contaba con el apoyo de mi madre que estuvo presente para evitar que siguiera adelante con un embarazo no deseado. Yo era muy joven y mi compañero también. La persona que me atendió y que me hizo el ‘raspaje’, como le decían, era un obstetra que tenía un consultorio privado. El lugar era horrible. Pagué el equivalente a dos o tres salarios mínimos, muy caro y nada seguro. Como yo era mayor de edad, me acompañó mi pareja. Después de la intervención quirúrgica me fui caminando y no me sentía bien. Recuerdo que era una sensación más física que emocional, una sensación desagradable. Calculo que tenía que ver con el contexto y con la culpa que le generaba a las mujeres decidir hacerse un aborto. Recuerdo que era tan fuerte el peso de lo cultural que la relación con mi pareja no prosperó y fue entonces cuando decidí cortar con ese vínculo”.

El 13 de junio se debatirá en la Cámara de Diputados la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. Esta ley plantea que se debe garantizar su realización y cobertura en el plan médico obligatorio en hospitales públicos y privados. También debe asegurar la aplicación inmediata del Protocolo nacional para la atención integral de personas con derecho a la interrupción legal del embarazo en todo el país y el presupuesto correspondiente para garantizar los abortos no punibles en todos los hospitales del país.

La ley debe estar acompañada de la implementación y fortalecimiento de los Programas de Educación Sexual y de Salud Sexual y Procreación Responsable y la reglamentación de dicha Ley, para que la educación sea de calidad, integral, laica y con perspectiva de género en todo el país.

Diputadas y diputados tienen en su voto la responsabilidad de sacar de la clandestinidad a las mujeres que se realizaron, realizan y realizarán abortos. Exista o no la ley que lo legisle.

Fotografía: Ailén Montañéz

Cédito: Agencia Paco Urondo

Autor: Oscar Arnau