Cuantos pensamientos, absolutamente disímiles, pasan por nuestras mentes al momento de recorrer en perspectiva lo ocurrido 2022 y pareciera que esa milésima de segundo utilizada para alzar la copa y mirar a los ojos a quien tenemos enfrente, fuera todo el tiempo que tenemos para que esos recuerdos, abarrotados, ligeros, inesperados, inunden nuestra cabeza de viejos recuerdos y nuevas esperanzas.
Ha sido un año duro y no solamente porque lo midamos desde lo económico y lo político.
Ha sido un año en el que, salvo los festejos del mundial de Qatar, todos fuimos por veredas diferentes, todos (y en esto basta de hipocresía) nos miramos el ombligo propio, sin siquiera entender, mirar o escuchar a quien teníamos al lado.
Somos una sociedad, que vista desde afuera, podemos divisar una infinidad de caminos, dislocados, sinsentido, debilitados, que seguramente representa el anhelo de cada uno de nosotros de acuerdo a nuestro contexto, nuestra subjetividad y a nuestro propio caminar en esta tierra.
Pero todo ese manojo de esperanzas, de esfuerzos y pensamiento siguen sin configurar una fuerza única y contundente que sea la síntesis gruesa de todos nosotros: no tenemos identidad y por lo tanto tenemos tantos deseos que casi nunca llegan a concretarse porque solamente nuestras victorias son personales o familiares, pero nunca comunitarias.
Será este, seguramente, uno de nuestros objetivos en este 2023: conformarnos al menos un poquito en una sociedad más amalgamada, con menos odio, con más empatía, con más firmeza en nuestras convicciones, con menos mentiras, con más caricias, con menos desaires, con más palabras positivas, con menos sufrimiento, con más sonrisas.
Ojalá una partecita de estos deseos se logren en el 2023 y podamos entre todos hacer una comunidad más comprometida con nosotros mismos y con nuestros semejantes, una sociedad más justa e igualitaria.
¡Feliz año!! Y muchas burbujas para la esperanza colectiva…
