Universidades en la línea de fuego

16-03-2022 Opinion

Desde simuladores virtuales que predicen el comportamiento de las llamas hasta una cartografía histórica de los incendios, las casas de estudio nacionales trabajan en distintos proyectos y acciones para prevenir y atenuar las consecuencias del fuego, que este verano consumió más de un millón de hectáreas en todo el país.

A través de investigaciones y capacitaciones, operativos de prevención o tareas para paliar los daños en las zonas afectadas, las universidades tienen un rol activo frente a los incendios que afectan al país y que en las últimas semanas consumieron casi un millón de hectáreas sólo en la provincia de Corrientes.

En el marco de la emergencia ígnea decretada en enero por el Poder Ejecutivo Nacional y con el objetivo de dar respuesta inmediata a los distintos focos de incendio a lo largo del territorio argentino, las casas de estudio hacen aportes que van desde guardias de ceniza a simuladores virtuales que predicen el comportamiento del fuego.

Investigadores de las universidades nacionales de Misiones (UNaM), de Río Negro (UNRN) y de Córdoba (UNC) detallan las intervenciones que desde el ámbito académico buscan traducirse en medidas concretas para sofocar las llamas y evitar nuevas catástrofes.

Misiones contra las llamas

Desde hace tres años, Misiones sufre las consecuencias de un déficit hídrico histórico: en promedio, llueve 700 milímetros mensuales menos que lo habitual, dejando al territorio en una situación de “sequía extrema”, según lo califica el decano de la Facultad de Ciencias Forestales de la UNaM, Fabián Romero. Esto, sumado a las prácticas culturales de los pobladores y de los habitantes originarios que usan el fuego como herramienta para sus actividades agrarias y a las temperaturas que alcanzaron este verano los 42 grados con bajas tasas de humedad, se transforma en una bomba incendiaria para la selva misionera, de invaluable biodiversidad.

“Es un combo que hizo que la situación se pusiera muy compleja. Llegamos a tener más de 60 focos de incendios en toda la provincia”, explica Romero.

El martes 18 de enero, en un monitoreo satelital, funcionarios de la facultad detectaron dos puntos de calor dentro de la Reserva de Usos Múltiples Guaraní (RUMG), un espacio de más de cinco mil hectáreas que la universidad comparte y cuida con dos comunidades originarias y que funciona como territorio de prácticas y estudios para las distintas carreras de la facultad, la mayoría de ellas vinculadas al cuidado del ambiente y al desarrollo sustentable.

 

Un equipo de brigadistas integrados por docentes, no docentes, directivos y estudiantes de la facultad, en colaboración con bomberos y guardaparques, comenzó a abrirse camino para controlar las llamas. “El fuego se puso muy intenso. No teníamos caminos trazados para algunas de las zonas y el acceso por tierra con las mochilas de combate de incendios fue muy difícil”, detalla el decano.

En ocho días, el fuego devoró 340 hectáreas de la reserva y 375 del terreno lindante, que pertenece a una forestal. Mientras tanto, otros focos surgían en distintos puntos de la provincia y en el norte de Corrientes. A un mes y medio de su inicio, el trabajo es constante para mantener la situación lo más segura posible.

“Al día de hoy se mantienen guardias de cenizas, que significan apagar troncos y árboles que quedan prendidos, porque los días de viento las brasas vuelan y vuelven a iniciar el fuego”, explica Romero.

Si bien la reserva había tenido antecedentes ígneos, nunca se habían producido incendios de estas dimensiones. Se trataba, por lo general, de pequeños focos generados por las comunidades al utilizar el fuego en la preparación de los terrenos para el cultivo. Según las previsiones de la facultad, el riesgo persistirá por lo menos hasta junio y, para evitar posibles sucesos similares, trabajan en un plan de acción.

“Estamos ampliando la red de caminos y se gestiona la adquisición de mayores equipamientos para las brigadas. También buscamos capacitar a más personas para intervenir en estos casos. Sumamos a las empresas forestales y a las comunidades a los cursos de capacitación de brigadistas para el combate. Y más allá de todo esto, lo que queremos hacer es un fuerte trabajo de prevención: el 90 por ciento de estos focos son intencionales”, amplía Romero.

Para el decano, lo más importante a futuro es la planificación: “Esta situación de cambio climático va a seguir existiendo y tenemos que familiarizarnos con los incendios, creo que desde la universidad podemos jugar un rol fundamental en el diseño de esas estrategias”.

Simuladores e imágenes satelitales

Durante los últimos dos veranos, Río Negro alteró el paisaje que atrae año a año a cientos de miles de turistas de todo el mundo: la Comarca Andina del paralelo 42, en 2021, y el Lago Martín y sus alrededores, en 2022, pasaron de ser un paraíso patagónico a un infierno vedado por columnas de humo.

El cambio climático, más que expresarse con señales puntuales, puede identificarse mejor con contrastes extremos: “Inviernos anteriores muy húmedos seguidos por otro muy seco constituyen un escenario espectacular para el fuego”, señala Camilo Bagnato, miembro del Instituto de Investigaciones en Recursos Naturales, Agroecología y Desarrollo Rural de la Universidad Nacional de Río Negro y CONICET (IRNAD UNRN/CONICET), quien siguió el avance de las llamas en el Lago Martin, entre Bariloche y El Bolsón, a través de imágenes satelitales que registraron la dinámica del fuego.

Utilizando como materia prima los archivos del sensor Sentinel-2 (una misión de la Agencia Espacial Europea) y las imágenes del enjambre de nano-satélites PlanetScope, el análisis de Bagnano permitió determinar el área afectada por el foco en el Parque Nacional Nahuel Huapi –8.300 hectáreas entre el 6 de diciembre y el 14 de febrero de 2022– y es clave para tomar medidas de restauración, ponderar cuestiones de contaminación o evaluar de qué forma se regenera la zona.

El ingeniero agrónomo explica que “cualquier persona con una cuenta puede acceder a estas imágenes”, pero que son necesarios “un montón de conocimientos técnicos para que los datos se transformen en información y sirvan para la toma de decisiones”.

La aparición de tormentas eléctricas en el norte de la Patagonia, fenómeno cada vez más frecuente en la zona, es un condimento que se suma al cóctel de riesgo. “En particular, en la zona andina se prenden fuego también las raíces, así que, aunque llueva controlar el fuego es muy difícil”, agrega Bagnano. Al tratarse, en estos casos, de zonas de muy complejo acceso, el seguimiento satelital es fundamental para establecer estrategias de combate.

En paralelo, desde la UNRN y el Centro Atómico de Bariloche (CAB), un equipo interdisciplinario de expertos –un biólogo, dos doctores en electrónica, dos doctoras en física y una en computación– trabaja en el desarrollo de un simulador de avance del fuego, en el que luego de establecer datos de topografía, combustible y meteorología, se ejecutan modelos que permiten predecir el comportamiento de las llamas en un escenario específico.

“Tratamos de hacer una herramienta que produzca resultados viables. Es un trabajo enmarcado en la computación de alto rendimiento; es decir, buscamos desarrollar aplicaciones que aprovechen el hardware que tienen debajo para que su respuesta sea en el menor tiempo posible”, puntualiza Mónica Denham, doctora en Informática en la Universidad Autónoma de Barcelona y profesora de la UNRN.

El simulador permite “hacer avanzar el fuego, retrocederlo y programar cortafuegos”, indica Denham y destaca que “esto lo vuelve muy interesante porque se puede probar cómo sería el avance en estas circunstancias en donde se modifica el combustible –esto sería el cortafuego– y analizar cómo responde”.

Además, el equipo está definiendo un modelo matemático propio de propagación del fuego desarrollado según las características topográficas locales y trabaja en la formulación de un índice de peligrosidad de incendio meteorológico, que combina las condiciones climáticas con el estado del combustible.

“Lo que hace este cálculo es establecer cuántas probabilidades hay de que una fuente de ignición se convierta en un incendio dada la vegetación de un lugar y el estado meteorológico”, precisa la investigadora.

Cartografía cordobesa

En 2020, Córdoba alcanzó casi 300 mil hectáreas consumidas por incendios. Fue el segundo peor año desde 1988 y, aunque el investigador Juan Argañaraz advierte que los datos no confirman un patrón de fuego creciente, se debe tomar en cuenta que cada vez queda menos superficie quemable.

Argañaraz forma parte del Instituto de Altos Estudios Espaciales “Mario Gulich” de dependencia compartida entre la Universidad Nacional de Córdoba y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE). Trabaja en ecología del fuego desde 2011 y junto a miembros del Gulich realizó una cartografía de los incendios forestales en la provincia que contempla los eventos desde 1987 hasta la actualidad.

“Es un pool de datos muy amplio, que no es frecuente y que requiere mucha mano de obra”, cuenta Argañaraz y agrega que contribuyen a “comprender más el fenómeno, ver cada cuánto se puede esperar que haya años más críticos y determinar qué zonas se van quemando más veces”.

A partir de ello, los investigadores comienzan a rastrear las causas que vinculan una zona a una alta tasa de incendios: “Hay relación con la cercanía que se tiene con las poblaciones, con las actividades turísticas, tipos de vegetación y condiciones climáticas”, afirma el doctor en Ciencias Biológicas.

En sí, Córdoba tiene condiciones favorables para el fuego todos los años. La provincia atraviesa una estación seca durante la salida del invierno y ya en agosto o septiembre las temperaturas son lo suficientemente elevadas como para que las sierras –la zona más afectada– entren en alerta. Si a eso se le suma la falta de precipitaciones y una interfaz urbana-rural sin un ordenamiento responsable, “cualquier ignición puede propagarse rápidamente y salirse de control”, advierte Argañaraz.

“Hay mucha gente de las ciudades grandes que elige mudarse a pueblos satélites en los alrededores, tienen una casita en el bosque o en la sierra y eso es un polvorín porque tenés gente viviendo en zonas rodeadas de combustibles en un ecosistema donde los incendios son frecuentes”, alerta y sugiere que la publicidad oficial se debería enfocar más en la concientización que en la propaganda.

En ese sentido, la información desde las instituciones académicas resulta fundamental, sobre todo cuando la emergencia ígnea escala lugares en la agenda de la opinión pública y, en palabras de Argañaraz, “todos dicen que quieren hacer cosas”.

Las iniciativas aparentemente loables de reforestación o de saneo de zonas afectadas, sin referencias precisas acerca de las condiciones del lugar, conllevan el riesgo de introducir, por ejemplo, especies exóticas. Además, al tratarse de esa magnitud de superficie quemada, es urgente priorizar zonas de trabajo: la cartografía de incendios, en este caso, es útil para delinear un plan de acción que optimice los esfuerzos.

Para que la producción académica que se genera en universidades, institutos y organismos “no quede siempre plasmada en un paper” y que se traduzca en una bajada a la sociedad más efectiva, el investigador aconseja “trabajar entre todos” para volcar ese conocimiento en acciones de gobierno concretas.

 

CREDITO:  PAGINA 12

Autor: Oscar Arnau