SECA por Marcelo Carranza

02-03-2018 Opinion

Es triste el paisaje de estos días. Quienes conocen este vergel, no creen lo que ven. La sequía arrasa con todos los árboles que puede: naranjos, pinos, eucaliptos, van marchitándose lentamente hasta transformarse en manojos de hojas marrones. Literalmente, mueren de sed.
 
La gente del lugar parece mimetizarse: rostros serios, envejecidos , sólo miran al cielo y ven pasar, cada día, tormentas prometedoras y mentirosas.
 
La hacienda se vende por necesidad, agotado el primer recurso de alimentarla con pasto enfardado. Los molinos giran pero las napas están tan bajas como inalcanzables.
 
Miles de frutales son regados uno por uno, en el desesperado intento de salvar lo que se pueda. Durante meses los pronósticos han fallado. Sólo han servido para sostener la esperanza de que llueva, aunque para muchos ya sea tarde.
 
Quinteros y peones se igualan en el abatimiento. Unos por perder de ganar lo que aspiraban, otros por no tener el jornal que las familias esperan y que no llega. Ni llegará el año que viene, dicen, si no llueve “hoy mismo”. Terrible.
 
La sequía ofrece un panorama tan desolador como la inundación. El razonamiento es básico pero exacto: el agua tiene un papel estelar, cuando falta y cuando sobra.
 
Muchos aseguran que estas cosas obedecen a un cambio climático producido por depredaciones que hacemos los hombres, aunque cueste creer que podamos torcer el rumbo de algo tan imponente como la naturaleza, aún empeñándonos.
Otros sostienen que estamos ante un cambio de ciclo natural, justamente.
Una u otra teoría confirman lo innegable: el clima está cambiando.
 
Sería tranquilizador que fuera la propia naturaleza y sus ciclos los responsables de lo que pasa y no los hombres que insisten en “jugar a ser dios”.
 
Autor: Oscar Arnau