No quiero, ya soy grande por Guido Muchiutti

08-05-2017 Opinion

La educación es un tema cíclico y recurrente en la Argentina. Junto con el equinoccio de marzo y acompañando la caída de las hojas, docentes, alumnos, padres y Estado comienzan una discusión intrépida y zigzagueante, con grises matices y esqueléticos ramajes, como el otoño.

La educación es importante, lo hemos escuchado de nuestros padres y abuelos, pero ¿Qué es la educación? Si todas las partes de la contienda entendiéramos la educación y su verdadero sentido social, seguramente los términos a revisar  y los medios para hacerlo serían otros, pero hemos caído en un círculo vicioso, mientras menos educación más discusión  y si todos alzamos la voz, nadie aprende. Aclaro que no uso como sinónimos debatir y discutir, en un debate las partes están interesadas en conciliar y confían en que el mejor camino es poner las ideas en común para conseguir lo mejor para todos, en una discusión cada parte tira para su lado y casi siempre se perjudican todos.

La educación existe desde los comienzos de la humanidad, pero la educación Pública es más reciente y en sus orígenes tuvo objetivos muy concisos: Emancipar y Libertar.  Marie Jean Antoine de Caritat, marqués de Condorcet (1743-1794), presidente del Comité de Instrucción Pública de la asamblea al implantarse la República luego de la Revolución Francesa, sabía que la única forma de sustentar  los principios que motivaron la Revolución (Libertad, Igualdad y Fraternidad) era a través de un sistema educativo que los transmitiera de generación en generación.

Hoy en día, las consecuencias de la falta de educación son equivalentes que las de esa época, la ignorancia adormece el discernimiento y con él la libertad de elegir; hace que los hombres sean más maleables y estén aptos a los discursos populistas o a la publicidad que fomenta el consumo indiscriminado. Es importante destacar el carácter obligatorio, estatal, laico y gratuito que plantea la ley argentina, que responde al mismo impulso democrático e igualitario que fue combustible espiritual de los revolucionarios franceses. Estos principios intentan asegurar la formación de los ciudadanos (que son el verdadero capital de un país). El carácter de estatal y gratuita garantiza que las personas de todos los estratos sociales tengan acceso a ella, porque se ha comprobado que hay una correlación entre el nivel de educación y los niveles de salud, seguridad y economía de un país, por lo que estos “estratos” sociales deberían tender a desaparecer si la educación se garantiza, por ellos también es obligatoria. Siendo entonces la educación un fenómeno nivelador, es importante que esa nivelación sea siempre hacia arriba, dado que nivelar hacia abajo no es más que lo que se viene haciendo desde hace algún tiempo en la Argentina y es lo que nos ha situado en un círculo vicioso. Alumnos que pasan de grado sin los conocimientos necesarios para hacerlo, profesores que muchas veces se ven en la obligación de aprobarlos para que el Estado acredite pruebas como las PISA, padres contentos y sin quejas porque sus hijos “pasan de grado”, etc. Esto, luego de unos años, se traduce en mano de obra poco calificada y en  profesionales poco competitivos, en una  industria deteriorada, consecuentemente en falta de trabajo y en una economía trepidante.

Entonces ¿Qué es la educación? ¿Debemos redefinir el concepto de educación al igual que se redefinió la escuela que luego de un siglo se convirtió en comedor, dispensario, consultorio psicológico y centro de detección temprana de hechos violencia familiar? Quizá alcance con retomar el verdadero concepto de educación pública y recordar que la institución pública no puede concretar su objetivo de formar ciudadanos, si la otra parte crucial del proceso de Instrucción Pública, no hace su trabajo, que es previo al que se da en las aulas, hablo de la instrucción en valores.

Los valores son a cada persona lo que la regla o el nivel son al albañil, nos permiten medir si la construcción de nuestra vida está acorde a nuestro plano interior. Claro que después de cada medida uno toma la decisión de respetar el plano o no y muchas veces por bien que se construya, factores exógenos deterioran nuestras obras, pero en síntesis, los valores son las herramientas que tenemos para desarrollarnos armoniosamente, en sociedad. ¿Qué pasa cuando la calidad de las herramientas de medida es baja, cuando las marcas milimétricas de la regla no son equidistantes? ¿Qué pasa cuando los valores se relajan, cuando da lo mismo saludar o no, cuando da lo mismo llegar a horario o no, cuando da lo mismo pedir permiso y dar gracias que no darlos? Pues nos irritamos cada día más. La estructura social ya no reposa sobre un suelo estable cuando no tenemos como medir (o medimos mal) nuestras decisiones y acciones.

Es muy difícil que un alumno aprenda si no respeta a su instructor y el respeto se forja con valores, los valores del profesor deben guiarlo para ganarse el respeto de sus alumnos y los valores de un alumno deben generarle la necesidad de aprender. Quisiera que no se entienda que estoy evocando el pasado, las formas cambian, lo que no debería cambiar es el contenido que se forja a base de prueba y error. Recuerdo un día, un maestro al que aprecio mucho, me explicó esto con un ejemplo, me dijo que cuando él iba al nivel primario, todos los alumnos se ponían de pie para recibir al maestro que ingresaba al aula, pero que ahora, si bien no se ponían de pie, todos saludaban al profesor con un “buen día profe” al unísono. Básicamente la forma de saludar al profesor ha cambiado, pero el contenido sigue siendo el mismo, saludar y dar comienzo a una clase. De esa forma, el profesor entendía que comenzaba su importante tarea de educar y los chicos entendían, de manera implícita, que era el momento de enfocar su concentración lo más que se pudiera.

Es importante destacar que todos somos ejemplo de otras personas, máxime cuando se trata de enseñar valores. Por eso, un profesor no puede hablar de puntualidad cuando él no consigue llegar a tiempo a su clase, tampoco un padre puede regañar a un hijo por mentir, cuando él manda a su hijo a decirle al vendedor que está parado en la puerta, que su papá no se encuentra en la casa. Básicamente no alcanza con transmitir la teoría de las buenas prácticas, la buenas prácticas deben ser aplicadas en presencia de todos, para que no exista ni la más mínima sensación de que se pueden doblar las reglas de vez en cuando con el criterio “hay otros que también lo hacen mal, ¿Por qué yo debo ser diferente?”, porque de esa forma se desencadena un efecto de relajación que nos posiciona donde hoy estamos, en una sociedad agresiva, irritada y vanidosa, que confunde caridad con beneficencia, que se enemista con el vecino por partidos de futbol o partidos políticos, que castiga a los chicos por problemas de adultos.

No se puede aprender si no se tiene la convicción de que es necesario hacerlo y esa convicción nace de valorar la educación como medio de progreso social. Y, como lo intenté transmitir más arriba, si falla la educación, la economía, la salud y la seguridad también fallan. Lo cierto es que está al alcance de todos hacer que las cosas cambien, porque todos podemos transmitir valores, todos podemos enseñar a valorar las cosas realmente “útiles” para una sociedad. En este punto les cuento una anécdota: un día una maestra que da clases en el último año de una escuela primaria, en la que se les sirve la merienda a los alumnos, me contó que les había resultado un método para “castigar” a aquellos alumnos que no cumplían con su tarea; básicamente, aquellos que no se tomaban el trabajo de hacer la tarea en sus casas, luego tenían que servirles la merienda a todos sus compañeros de curso. Luego de que me contara esto, comenzamos a debatir sobre si esa forma de castigo no estaría implícitamente haciendo que los chicos asocien “el servir a un amigo” con algo malo, cuando lo más esperado debería ser que los chicos se ofrecieran voluntariamente para servir la merienda a sus compañeros. Debemos replantearnos lo que sin darnos cuenta estamos enseñándoles a nuestros hijos, hermanos, amigos, alumnos, etc. Cada pequeño acto, cada decisión que tomamos o cada omisión, es un ejemplo para alguien que nos está observando, en cada gesto tenemos el poder de otorgarle una herramienta para la vida a otra persona, una herramienta que la ayude a ella, pero que al final de cuentas reditúa en ayuda para todos. Porque lo más trascendente que podemos hacer es enseñarle a alguien, pero antes debemos aprender y sobre todo meditar sobre lo que queremos como personas y como integrantes de una comunidad.

Ese es un valor muy importante, el que nos posiciona como integrantes de algo más grande que nosotros mismos, la sociedad. Numerosos autores literarios intentaron sembrar ese valor y el mismo ha tomado infinidad de formas al transmitirse ¿Recuerdan la famosa consigna de Dumas “Todos para uno y uno para todos”?  ¿Recuerdan los contundentes versos del Martín Fierro “Los hermanos sean unidos… ”? ¿Recuerdan el libro que nos regalaron en la infancia, El Principito? A continuación voy a colocar un fragmento de ese pequeño libro, el momento en que el Principito, ávido de conocimientos, se encuentra con un gran maestro, el zorro, que le enseña algo muy importante:

-No -dijo el Principito-. Busco amigos. ¿Qué significa «domesticar»? -volvió a
preguntar e lPrincipito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa «crear vínculos… «
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un
muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada.
Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domésticas, entonces tendremos
necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti
único en el mundo…

Crear vínculos, esa es la consigna, a primera vista simple, pero en verdad muy compleja. Educar es enseñar a aprender, es dar las herramientas para que los chicos puedan crear sus propios vínculos con las demás personas, en los diversos ámbitos de la vida, el escolar, el familiar, el laboral, etc. Esos vínculos son los que consolidan las relaciones y hacen una estructura social sólida, consistente, coherente, pero sobre todo, resiliente. Hay que hacer énfasis en la educación inicial y primaria, porque es en ese momento cuando los niños son tan absorbentes como frágiles. Por eso es importante que desde la casa se den las condiciones necesarias para aprender y se les transmitan los ejemplos propicios para desarrollar una mentalidad flexible y tolerante, apta para los tiempos dinámicos que vivimos.

Quiero que se entienda a que me refiero y por eso voy a dar un último ejemplo antes de aburrirlos por completo. Hace poco, con Rotary Club organizamos una jornada de plantación de árboles y de juegos para niños. Algunos chicos se acercaron a jugar y a todos les dimos la bienvenida entregándoles un globo, todos lo aceptaron encantados, menos uno de ellos que tenía 7 años. Simultáneamente con un ademán de rechazo vinieron las palabras “No quiero, ya soy grande”, insistimos una vez más, pero su decisión ya estaba tomada. Se fue sin su globo pero en mi cabeza quedaron algunas interrogantes: ¿Grande para qué?  ¿Qué cosas si está dispuesto a aceptar bajo su premisa de ser grande?

No voy a cometer el error de generalizar a partir de un simple caso que puede pasar de ser percibido, pero creo que ese es un factor común en estos días. Tal parece que en la conciencia colectiva ha germinado la idea de que la inocencia es para débiles, la bondad para tontos y los buenos modales de mal gusto. Es ardua la tarea de quienes se propongan retomar el sendero de la educación, porque el camino esta obstruido por cargas despectivas sobre las virtudes necesarias para el aprendizaje: la humildad, la palabra bien medida, el silencio oportuno, el escuchar a las personas, el dar para recibir, la paciencia, la tolerancia. Se acerca el día en que tendremos que replantearnos los ideales colectivos, porque los que hoy  perseguimos nos alejan de nuestros vecinos y de nosotros mismos. Para conseguir una educación de calidad debemos atravesar por un proceso lento y de largo plazo, pero creo que aún no hemos advertido que, como sociedad, estamos enfermos de vanidad, egoísmo y envidia y lo primero que debemos hacer parar curarnos es aceptar, precisamente, que estamos enfermos.

 

 

Autor: Oscar Arnau