«No podemos abordar la violencia de género en el campo con una cabeza urbana» Por Euge Morillo

02-07-2021 Opinion

En la zona rural de Santiago del Estero y de Tucumán dos mujeres muy jóvenes fueron asesinadas en junio, las dos eran integrantes de la Unión de Trabajadores de la Tierra, una organización que a la vez que pelea por tierra para cultivar también demanda por un modelo productivo agroecológico y construye feminismo en cada debate, en cada demanda. Sin embargo, la violencia machista y las mismas condiciones de la ruralidad -el aislamiento, la falta de internet, las distancias- hacen difícil pedir ayuda. ¿Cuál es la política para las mujeres campesinas cuando no se puede llamar a la 144?

“Decimos que el estado tiene que ir a la ruralidad y no pensar que la ruralidad va a ir al Estado. No podemos abordar la problemática de la violencia de género y de las desigualdades con una cabeza urbana”, explica Rosalía Pellegrini, coordinadora nacional de la Secretaría de Género de la Unión de Trabajadorxs de la Tierra (UTT), entidad que agrupa a campesinxs y productorxs agrícolas en distintos territorios del país. ¿Cómo se realizan los acompañamientos y el sostén de las redes feministas cuando las mujeres están en zonas rurales aisladas? ¿De qué manera se hace presente el Estado para poder atender la violencia machista en casas apartadas de las ciudades en donde el esquema de violencia es cotidiano?

La “cabeza urbana” es pensar que para acceder a un subsidio para víctimas de violencia o un acompañamiento hay que tener Whatsapp o conexión a internet. Las violencias no se producen solo en las casas y al interior de las familias, muchas veces, una mujer para llegar a su trabajo en la finca, tiene que recorrer una hora por un camino de tierra, caminos que quizás son intransitables, allí también sus vidas corren peligro. Las políticas de prevención y erradicación de la violencia machista en territorio rural tienen que encontrar una clave bien diferente a la que se aplica en las ciudades y en los barrios urbanos.

El debate entra en escena con más fuerza a partir de dos femicidios dentro de familias campesinas de la UTT ocurridos en Santiago del Estero y Tucumán. El 14 de junio pasado, Gabriela Nilvia Giménez fue asesinada por Jhonatan Molina, sereno de la finca que arrendaba y a la que iba todos los días a trabajar la tierra. Después de su desaparición, fue él mismo quien avisó al cuñado de Gabriela el lugar en donde se encontraba el cuerpo de la joven campesina. Huyó de inmediato, aunque lo detuvieron a los pocos días. Gabriela tenía 22 años, vivía en Benjamín Paz, departamento de Trancas, a 60 kilómetros de la capital tucumana. Ella era parte de la UTT desde hacía algunos meses. Al enterarse del femicidio, la Secretaría de Género de la organización emitió un comunicado en coordinación con el Colectivo Ni Una Menos: “Nuevamente la violencia machista golpea en las puertas de nuestras quintas y nuestros ranchos. Hoy fue encontrada sin vida nuestra compañera Gabriela Nilvia Giménez, trabajadora de la tierra de Tucumán”, dijeron en un hilo de Twitter que seguía así: “Hace un año sufrimos el femicidio de nuestra compañera Lucía Correa Arenas, de La Plata, provincia de Buenos Aires. Hoy volvemos a sufrir las violencias machistas en nuestra tierra. No hay #SoberaníaAlimentaria si las mujeres campesinas que producimos alimentos y cuidamos de la tierra sufrimos violencias”.

El mismo 14 de junio, Luciana Sequiera, de 17 años, agonizaba con heridas graves y convulsiones en la habitación de un hotel alojamiento de la localidad de Atamisqui, en Santiago del Estero. Fue trasladada al centro de salud del pueblo pero debido a la gravedad de sus heridas tuvieron que llevarla a un hospital regional, a una hora y media de Atamisqui, en donde después de tres días de pelear por su vida, murió. El acusado del femicidio es un joven menor de edad, compañero de colegio de Luciana e hijo de un funcionario de la policía del pueblo. Luciana, al igual que Gabriela, pertenecía a la UTT.

En Atamisqui se realizaron varias marchas, se trata de un pueblo de 8.000 habitantes en donde levantaron la consigna: “Justicia por Luciana. Paren de Matarnos” convocada por la UTT, organizaciones feministas y Ni Una Menos Tucumán: “El crimen de Luciana nos ha impactado particularmente, pero no es un caso aislado sobre todo en Atamisqui. Como promotoras rurales, hace dos años venimos generando talleres de formación, campañas y acompañamientos para combatir la violencia machista. En el pueblo han surgido muchos casos de violencia y de abusos intrafamiliares. Muchas veces nos enteramos de estos casos porque se hacen visibles a través de los medios. En la provincia de Santiago del Estero y en el norte argentino estas violencias son diarias y muchas veces son ‘secreto a voces’, como se dice, todo el mundo lo sabe, pero nadie quiere decir nada”, cuenta Victoria Escobar que tiene 24 años, forma parte de la UTT en Santiago del Estero desde hace cinco y es promotora de género desde hace tres.

Florencia Robles, es referente de género de la UTT de Tucumán, tiene 22 años y realiza acompañamientos a mujeres en situación de violencia. Su hermana fue víctima de violencia machista y eso fue lo que la impulsó a realizar esta tarea: “Desde ese momento, en el que acompañé a mi hermana, tomé coraje y empecé con los acompañamientos, acá en Tucumán estamos abandonadas. El femicidio de Gabriela nos impactó muchísimo. Acá, para poder hacer visible las violencias, tenés que sí o sí “pechar” como se dice, porque si no, nadie te escucha”.

Florencia explica que en la capital tucumana son 5 promotoras de género y que en el resto de las localidades también se están sumando a las formaciones, sin embargo, no es suficiente: “Yo lo que veo es mucho abandono por parte del Estado, nosotras seguimos trabajando pero tiene que haber un participación activa estatal. Santiago y Tucumán son dos provincias hermanadas, el duelo por los femicidios es conjunto y estamos en comunicación permanente para seguir laburando” dice Florencia que estudia enfermería en San Miguel de Tucumán pero fue criada en zona rural.

“Hoy por hoy, los feminismos interpelan por todos lados. En la ciudad se da mucho más, en el campo todavía no. Pensemos que estamos hablando de comunidades campesinas en donde hay familias detrás de un surco en una quinta. Cuando te hablo de estos territorios rurales puede ser en las provincias pero también en el cinturón hortícola platense a 40 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Son territorios en donde se reproduce y se naturaliza un esquema de familia, de roles de varones y de mujeres super arcaicos: estamos hablando de mujeres que tienen el rol de tener pibes, de cuidar la casa y de realizar las tareas de cuidado. Y a eso se le suma que la resolución de los conflictos es la violencia. Este esquema está absolutamente naturalizado” explica Rosalía Pelligrini en diálogo con Las12. La Secretaría de Género de la UTT viene realizando un trabajo pedagógico y de prevención muy necesario, sin embargo, la ausencia de la pata estatal hace que el trabajo se vuelva sumamente empinado:

El pasado 8 de marzo se realizó un “verdurazo” de las mujeres trabajadoras de la tierra en la Plaza de los Dos Congresos en articulación con el Colectivo Ni Una Menos. Durante esa semana también se realizó también una mesa nacional de la UTT, esto hizo que muchas integrantes de la organización estuvieran en Buenos Aires para esa fecha. Hubo mujeres campesinas de Tucumán, Santiago del Estero, Misiones y de Jujuy. Para muchas era la primera vez que participaban de este tipo de actividades en la Ciudad de Buenos Aires

Otra de las provincias en estado de alerta es Jujuy, en donde hubo manifestaciones para declarar la emergencia en materia de violencia por razones de género. La UTT trabaja en la zona de las yungas, en Fraile Pintado, donde se produce tomate, tabaco y azúcar: “En esa zona pasa mucho, compañeras que se trasladan a las chacras para trabajar y que en ese trayecto corre peligro su vida” relata Rosalía y agrega: “Imagínense cómo repercuten estos femicidios en el territorio, es muy crudo porque los medios también reproducen un discurso que desconoce el camino de la violencia machista. Los niveles de naturalización de la opresión son muy grandes y no es lo mismo que en los barrios del conurbano o de la ciudad. Las pibas y las mujeres en la urbanidad se paran de otra manera”, explica Rosalía, agricultora en la Provincia de Buenos Aires.

“El femicidio de Luciana nos impactó mucho. Además de estar en la organización, jugaba al fútbol en un club que habían formado en Villa Atamisqui. Ella tenía muchas ganas de formar parte de la Secretaría de Género de la UTT” cuenta María Zurita, Promotora de Género de Santiago del Estero e integrante de la UTT, que está presente en la provincia desde hace cuatro años. Ella destaca que no se trata de casos aislados, ya han tenido otros casos de violencia y también femicidios. Son mujeres asesinadas por sus esposos o por miembros de las familias que no llegan a tener la repercusión mediática y quedan en el olvido: “En el pueblo y en el campo somos las primeras que estamos llevando a cabo estas tareas de formación y de prevención, tratando de hacer visibles estas problemáticas para que las instituciones se hagan eco “, dice María.

“Aquí está muy instaurado que son los hombres los que toman las decisiones, eso está muy arraigado en este territorio. Desde la Secretaría de Género de la UTT estamos muy abocadas a desterrar la idea de que la mujer es de la casa. Son los hombres quienes siempre están tomando las decisiones” cuenta María. Las formas que tienen para construir redes e intercambiar diálogos que desarmen estas estructuras patriarcales no sólo son talleres de formación, también las une la tarea cotidiana: en la localidad de Atamisqui, María y sus compañeras llevan adelante un proyecto de huerta comunitaria, además de promover modos de producción alternativos a los hegemónicos, estos espacios son lugares de encuentro en donde se abren las posibilidades para los pedidos de ayuda.

La pandemia ha complejizado el trabajo de los dispositivos y la tarea de las promotoras de género: “Los encuentros, que son los catalizadores de la posibilidad de que una compañera pueda comunicar que está atravesando una situación de violencia, se vieron dificultados por las medidas restrictivas. Para ellas era fundamental poder salir de su territorio e ir a una asamblea o a un taller. Por eso son imprescindibles las redes que creamos como organización en los territorios, ahí donde el Estado no está llegando. Lamentablemente muchas veces estamos sin recursos. Hoy las políticas desde el Estado no se están pensando para territorios rurales sino desde una visión urbana”, explica Rosalía. Desde la Secretaría que coordina y a partir de los femicidios de Luciana y Gabriela, se solicitó una reunión con Eli Gómez Alcorta, ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad. El encuentro sucedió pero según ellas no fue suficiente para pensar un plan: “Nos parece importante que esta mirada del territorio rural esté presente y para eso las reuniones tienen que seguir”, concluye Pellegrini.

En la Secretaría de género de la UTT se coordinan alrededor de 200 promotoras que realizan su tarea en distintos puntos del país, en el marco del Programa de Promotoras Rurales de Género, que viene funcionando desde hace 5 años. Se activaron dispositivos comunicacionales y políticos para poder dar a conocer las situaciones de violencia que se viven en las zonas rurales. El año pasado pusieron en práctica un protocolo activo para la violencia machista dentro de la organización.

El extractivismo es patriarcal

El modelo productivo extractivista, de agrotóxicos, que arrasa con todos los bienes naturales, que depreda y que muchas veces obliga a una migración forzada del campesinado de sus territorios, tiene un vínculo férreo con el capitalismo pero también con el sistema patriarcal: “El avance de estos extractivismos y de las fronteras agropecuarias repercute directamente profundizando las desigualdades en nuestros cuerpos y en los territorios. Y esto se agudiza aún más en las zonas rurales donde se ven modificadas las dinámicas intrafamiliares. Esto se da porque los hombres deben migrar a cosechas estacionales y nosotras, las mujeres, tenemos que migrar en busca de trabajo en las ciudades. Los femicidios en las zonas rurales son una expresión de este recrudecimiento y profundización del extractivismo” explica Victoria Escobar que tiene 24 años y que hace tres que es promotora en Santiago del Estero.

 

Ella también resalta que no se trata de hechos aislados y que desde su trabajo diario no consideran las violencias machistas solo dentro de la estructura conyugal o de las familias: “Esas violencias son las más visibles, pero nosotras como mujeres campesinas no podemos acceder a la titularidad de la tierra, siendo nosotras las que producimos más del 80% del alimento que se lleva a las mesas. Eso también hace que no podamos asistir a créditos para mejorar nuestras parcelas o poder invertir en desarrollo tecnológico. El modelo productivo tiene cara de varón y desde la Secretaría de Género luchamos por transformar estas relaciones, por eso nuestra propuesta es la agroecología como modelo de vida, lo que implica repensar los vínculos entre los humanos, los animales y la naturaleza” concluye.

“Nosotras venimos reflexionando hace tiempo en cómo el modelo de producción extractivista llegó al corazón de las familias agricultoras de la mano de los varones, es en el campo en donde se refuerza la estructura patriarcal de la mano del modelo del agronegocio. Son los varones los que deciden sobre la producción pero también son víctimas de ese modelo. Hay una cuestión de varón a varón, una complicidad que se construye y que nosotras estamos desarmando: es pensar que la única manera de producir alimento es en base a estos paquetes tecnológicos y que no se pueden producir alimentos de otra manera” explica Rosalia.

Aparece aquí una dicotomía: de un lado los varones del agronegocio comprando fertilizantes para que la verdura salga más rápido gastando mucho dinero, y por el otro, las mujeres campesinas que desarrollan una economía para sobrevivir. Es por eso que desde la Secretaría de Género consideran crucial que las mujeres comiencen a formar parte de los espacios de toma de decisión sobre la producción: “Construir soberanía alimentaria es integrarnos a nosotras con esa mirada acerca de la producción de alimentos, que sean alimentos que nos alimenten y no una fábrica de verdura que nos envene. Cada vez más las familias y los compañeros varones incorporan esa mirada y se construye un proceso de transición hacia la agroecología con una perspectiva de cuidado fuertemente feminista”, concluye Rosalía.

Cuidar la tierra, cuidar los cuepos

María Carolina Rodríguez, tiene 42 años, es referente de género de la UTT a nivel nacional, un espacio del que participa desde hace 6 años. Tiene seis hijes y ha sufrido en carne propia la violencia machista. Dentro de la UTT coordina el primer refugio comunitario para víctimas de violencia por razones de género en el cordón hortícola de La Plata. María Carolina se dedica a la producción de plantas medicinales y aromáticas, a transmitir sus saberes en relación a los beneficios de estas plantas. También forma a promotoras de género dentro de la organización: “Vemos en la agroecología una transformación posible, las multinacionales se metieron y les dijeron a los productores que tenían que usar agrotóxicos para la producción. Si no cuidamos la tierra no podemos hablar de autonomía de las mujeres, no es solo cuidar la tierra para producir alimentos sanos, también somos las que tenemos los saberes de cuidado que son fundamentales para para el sostenimiento de la tierra”, cuenta María que hace 26 años migró de la provincia de Jujuy a la zona hortícola de La Plata.

El Consultorio Técnico Popular (CoTePo) es un instrumento dentro de la UTT, se lleva a cabo a través de un método que es de campesinx a campesinx. Allí se pone el foco en la recuperación de prácticas ancestrales, es decir desaprender y volver a aprender la producción de alimentos. Este es un trabajo de formación que se escapa a la pedagogía universitaria, la forma que ponen en práctica para transmitir ese conocimiento es de manera horizontal. Según Rosalía, en los talleres que se brindan en el marco del CoTePo, comenzaron a revalorizar la agroecología desde una perspectiva feminista: “Se puso en cuestión que en los talleres mientras los varones están aprendiendo las mujeres están cocinando. Queda en evidencia que hay que desarmar ese esquema de que el conocimiento es algo para los hombres. Las mujeres en los talleres ya no cocinan si no que se incorporan y las tareas de la cocina las realizan entre todes” relata Rosalia.

En la agroecología hay un pilar muy fundamental que son los bio-preparados, se trata de preparaciones naturales que vienen a reemplazar a los agrotóxicos. Esos bio-preparados tienen su base en la olla, elemento históricamente asignado a las mujeres. Es allí en donde ellas vienen cocinando una experiencia, la de apropiarse de un que consideran que es la clave de la transformación.

Para quien la trabaja y la habita

“La vuelta al campo” es un documental dirigido por Juan Pablo Lepore que expone voces y experiencias sobre la recuperación de la tierra y sobre lo que implica producir alimentos sanos. Yasmín Dávalos es trabajadora social y fue asistente de producción en el rodaje de la película. Ha viajado por diversas provincias recopilando testimonios, acompañando relatos cotidianos, íntimos y colectivos.

 

El documental no se enfoca particularmente en el rol de las mujeres campesinas, sin embargo su agencia siempre está ahí presente ¿Cómo lo viviste en el proceso de realización de la película?

El documental muestra recorridos de compañeras habitando la ruralidad de maneras diversas. Si bien es cierto que no se enfoca en el rol de las mujeres, podemos verlas construyendo casas, cultivando la tierra, enseñando, maternando y luchando. Esto último desde lo personal me parece clave, ya que son voces de compañeras las que hablan de soberanía, resistencia y organización. Generalmente son las mujeres las primeras en juntarse y compartir, en convidarte un mate y hablarte de sus vidas.

Son las más postergadas también en términos de ingresos económicos y títulos de propiedad sobre las tierras…

Si. En la película nos enfocamos en luchas colectivas por la tierra, y lo colectivo es lo que coopera con las construcciones tanto de lo personal como de lo organizacional para dar cuenta de procesos profundamente transformadores en estas mujeres. Las concepciones de feminismos territoriales y comunitarios que se van tejiendo en las ruralidades tienen en común entender la soberanía en los cuerpos, el agua desde los cuerpos, los cerros y los ríos para quienes los habitan.

¿Eso sería pensar en los bienes naturales?

Puede ser. En la Rioja una compañera me dijo: “Nosotras no hablamos de recursos naturales, ni bienes comunes, para nosotras la tierra es nuestra mamá”. En esta línea, lo mismo refiere en la película una compañera del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil. Otro referente de la comunidad que participó del documental dice “todo esto lo hacemos por nuestros hijos”. La maternidad es un aspecto importante entendida desde el cuidado, la tierra como mamá, “crianzas comunitarias” e incluso compañeras no madres biológicas que ofician de madres para las comunidades y pueblos. Las compañeras se plantan en los territorios, en voz de una de las referentas, “hasta que ganemos”, sosteniendo, gestando y acompañando. Planteando cuestiones vinculadas a la educación, la salud, el sostenimiento de la vida que organizan y marcan prioridades al interior de las tomas.

La película da cuenta de las violencias que pueden darse en un desalojo en el contexto de la toma de tierras y ellas están en la primera línea…

Es fuerte ver la exposición a las violencias, a los desalojos e inclemencias del clima. Recuerdo un incendio intencional cerca de una toma en Córdoba, y una compañera gestante diciéndome “lo de valor lo tengo adentro mío, pero este es el lugar donde quiero parir a mi hija” (con el fuego cerca y el agua escasa). La lucha por la tierra se entrelaza con luchas por otros derechos que también hacen a la vida en los campos, luchas antiextractivistas, la defensa del ambiente sano, e incluso a habitar la propia cultura. Saber que tras las fumigaciones las infancias presentan alergias en la piel o respiratorias también influyen en la forma de producir los alimentos. Entendiendo que la agroecología no es una moda, y que necesariamente incide en las formas de habitar la ruralidad y la urbanidad, planteando circuitos mucho más cortos de comercialización de alimentos, recuperando el aspecto ético de los alimentos como vital.

Las luchas en los pueblos que son fumigados, las compañeras que entran a los campos para impedir fumigaciones ilegales, las que estudian, las que hacen experiencias de epidemiología popular en sus comunidades, todas creen en otro mundo posible, en un ambiente sano, con agua limpia y ríos libres. Mis compañeras que admiro creen que la tierra es para quien la trabaja y la habita y lo están haciendo realidad.

 

*”La vuelta al campo” está disponible en Cine.Ar

 

CREDITO: Página 12

Autor: Oscar Arnau