Nadie mezquina salmuera cuando es de otro lomo el tajo

28-04-2022 Opinion

Argentina es de esos países que destaca por la singularidad de lo cotidiano, el resto del mundo lo hace de una manera pero nosotros lo hacemos de otra y eso nos distingue, nos identifica y puede decirse que nos enorgullece que un holandés llegue a su tierra contagiado de la simpatía y la efusividad de los argentinos. Lamentablemente esta exclusividad no se limita a nuestros modos y costumbres positivas, hay cuestiones que lastran el buen vivir y que pertenecen también a este mundo de las cosas hechas a “lo argentino”, una de ellas es – quizás de las más prejudiciales –  la convivencia con la inflación.

¿Acaso es un fenómeno exclusivo de la Argentina? Definitivamente no, sería muy poco serio presentar semejante tesis, lo que es un argentinismo en todo regla es que la esencia del problema y sus posibilidades de solución recaigan exclusivamente en la política y no en la economía.

Paso a explicar este punto de vista tomando como referencia la relación que existe entre la inflación y los estratos de poder político. Un primer grupo minoritario serían aquellos políticos que ignoran el problema, por evidente falta de competencia para el cargo que desempeñan; un segundo y más nutrido grupo está conformado por los que consideran que se trata de un fenómeno permisible y manejable en función del viento electoral (hipócritas de carrera) , un tercer grupo, siniestro, lo conforman aquellos que la reconocen como una variable económica esencialmente dañina pero necesaria para justificar la ineficacia de su gestión y un cuarto grupo – exiguo – que conocen del tema y lo rechaza, pero tienen un peso institucional tan precario que no alcanza para silenciar los cantos de sirena que aturden a la Argentina desde hace décadas, por lo que responsablemente los excluyo de este ensayo respecto del enquistamiento inflacionario de Argentina. Esta panorámica tiene el objetivo de establecer un punto central en el análisis que les presento: la inflación en Argentina tiene la complicidad por acción u omisión de todo el aparato político de poder del Estado.

Técnicamente hablando la inflación es un fenómeno de retroalimentación positiva. Funciona bajo el mismo principio de amplificación que ocurre al producir sonido en un micrófono colocado frente a un parlante, pasando determinado límite de amplificación aturdiría nuestros sentidos. La inflación reproduce este mismo patrón, comienza lentamente contagiando los mostradores, elevando los precios en las góndolas y se maximiza alcanzando la totalidad de los actores sociales (activos y pasivos).  Aunque su existencia nos afecta a todos y los noticiarios repiten titulares al respecto, pocos analizamos esencialmente este fenómeno que licúa nuestros ingresos y dinamita cualquier capacidad de ahorro o inversión, apuntalado por una escalada impositiva feroz y cada vez más desvergonzada. La inflación es fácil de entender cuando ya está en movimiento, ya que nadie quiere perder su poder adquisitivo, cuando comienza la suba de precios de algunos productos básicos y el comerciante de a la vuelta se da cuenta,  sube los precios de sus propios servicios o productos. Pero ¿quién subió los precios por primera vez? ¿quién volteó la primera ficha del dominó que empujo a las siguientes?

El poder adquisitivo de una persona expresa la cantidad de necesidades que puede cubrir con una unidad de dinero, por ejemplo, allá por el año 2000 con un peso podíamos comprar 4 unidades de huevos de pascua marca Toy mientras que en 2022, amplificando la unidad de moneda 10.000% alcanzaría para comprar 112 huevos de pascua, nótese esta particularidad: en dos décadas, con un aparatoso incremento de la unidad monetaria, apenas se satisface el 28% de la misma necesidad.

Un factor que hace más fácil el camino de los inflacionistas es que la mayoría de las personas solemos pensar que riqueza es igual a dinero. Todos somos víctimas de aplicar la regla de tres simple y pensamos que mientras más dinero tenemos más ricos somos. Lo cierto es que la riqueza son las cosas que producimos, los bienes que tenemos, los autos, casas, terrenos, viajes contratados, excursiones que ya hemos pagado. Esta confusión surge por la doble función que tiene el dinero de medio de intercambio y de medida de valor.

Simplificando, recibir más dinero no es equivalente a progreso en términos económicos, el fundamento del progreso a nivel macroeconómico radica en elevar sistemáticamente la producción y brindar cada vez mejores servicios, en un sistema sostenible (económica, social y ambientalmente). De otro modo puede caerse en el espejismo argentino de emitir billetes (darle a la maquinita) descontroladamente, aumentando la cantidad de dinero circulante para comprar cada vez menos bienes y peores servicios.

Cuando la economía se desfasa de los mecanismos lógicos y se subordina a los caprichos de políticos como los que citamos al inicio suceden fenómenos cada vez más distorsivos, el precio de las góndolas sube porque aumentan los costos para el comerciante, de igual forma sucede con los empleados, cuando el sindicato exige un aumento del sueldo mínimo, el empleador tiene que aumentar el precio de su mercancía o servicio para poder hacer frente a dicho aumento.  Debo aclarar,  previendo cualquier distorsión oportunista, que no se trata de limitar al sindicato en su función de garante del bienestar de trabajador, sino de abrir el análisis y fijar la mirada más allá de la cantidad de billetes recibidos, es imperioso que todos lleguemos a la comprensión de que los procesos económicos no son exclusivos del empresario, cualquiera sea el tamaño de su negocio y que las exigencias tienen que respaldarse en hechos concretos de crecimiento, de lo contrario, cuando se hacen por decreto o por patota perdemos todos.

¿Qué otro fenómeno incentiva a un vendedor a subir el precio de sus productos o servicios? La demanda o bien la escasez. Es decir, si el vendedor percibe que muchas personas vienen a su negocio y se llevan los tomates rápidamente, entonces considera que los tiene muy baratos y aumenta un poco el precio. Por supuesto que está corriendo el riesgo de que doña Pepa se enoje y vaya a comprar a otro lado donde los venden más baratos. Pero en fin, si la demanda de un producto aumenta, el precio tiende a subir. Por el contrario, si el almacenero se da cuenta que es muy difícil conseguir tomates – porque la sequía perjudicó su producción – entonces aumentará el precio porque él es portador de un bien escaso, y doña Pepa no podrá conseguirlos en otra verdulería. Si un bien o servicios se vuelven escasos, su precio tiende a subir.

Dicho todo esto puedo regresar a la pregunta inicial ¿Qué origina la inflación? Como casi todas las catástrofes desbastadoras, como la guerra, la inflación es siempre provocada por un Estado “presente” con el poder de inyectar dinero en el mercado o de generar escasez. Hay  muchas formas en las que el Estado coloca dinero en las calles, la más conocida en estos últimos años, es mediante los créditos blandos o los subsidios no reembolsables, los IFE, las asignaciones universales, etc. El dinero en las manos hace que la demanda aumente y eso fomenta la suba de los precios, especialmente cuando la producción de los bienes y servicios se mantiene constante o va en tendencia negativa.

Regresando al problema argentino, ¿de dónde sale el dinero? Como el estado argentino gasta más de lo que produce, siendo incapaz de hecho para crear las condiciones de progreso basado en realidades tangibles y no en quimeras políticas, el dinero viene de un préstamo (que hay que honrar como toda persona de bien) o aumentando los impuestos y la emisión monetaria, formula vil pero cómoda para el tipo de políticos que tenemos, la discursiva es siempre la misma: los demonios de afuera que nos quieren devorar – el Fondo Monetario Internacional por excelencia – frente a la propuesta del “Estado presente que no abandona a nadie”, cuando en realidad liquida a todos pues la inflación no discrimina estratos económicos cuando derrumba el poder adquisitivo de la moneda corriente, el Estado presente para obtener recursos y distribuir aumenta la carga impositiva a los que producen, crea abigarrados mecanismos para frenar la movilidad financiera aumentando los costos para los emprendedores y empresarios de todos los niveles, disminuyendo la credibilidad de las instituciones, minando la competitividad y finalmente desmotivando el crecimiento, lo que se traduce en negocios que – con potencialidad de expandirse – se quedan en el marco de una pequeña empresa, no toman trabajadores porque están asediados entre impuestos y leyes laborales también distorsivas o sencillamente cierran sus puertas.

Pero ¿qué pasa con los políticos? ¿Por qué se empeñan en mantener semejante modelo de fracaso?

La materialización de la expresión “Estado presente” en Argentina significa multiplicar cargos públicos, alimentar  a un aparato político gigantesco, derrochador serial y dramáticamente ineficiente enfocado exclusivamente en crear un estado de “necesidad” que justifique  su existencia. Tal engendro redistributista  va denigrando la calidad del voto electoral como herramienta democrática, creando una masa homogénea de dependientes del estado mediante un proceso de clientelismo  político que utiliza fondos comunes para hacer del servicio público una carrera al éxito económico y a la impunidad.

Por otro lado ningún partido político quiere cargar con el costo de enfrentar la realidad argentina tal cual es: tenemos grandes potencialidades pero son simplemente eso “potencialidades”, para convertirlas en hechos, en patrones productivos de crecimiento armónico y sostenible es necesario trabajar, levantar restricciones, revisar la extorsión impositiva en serio, actualizar las leyes laborales y revisar el papel del sindicato basado en la justificación de su existencia defendiendo los intereses del trabajador y no extorsionando a los empleadores, aumentar la capacidad de trabajo y no de subsidios, apoyar económicamente a quien lo necesita y no generar paquetes de medidas que desfalcan las arcas públicas y no se traducen en resultados positivos, muestra de ello es el incremento sostenido del número de pobres en el país que paradójicamente lleva décadas implementado una de las políticas impositivas más agresivas del mundo, con una presencia estatal cada vez mayor y un irracional despliegue de subsidios.

¿Se trata de un callejón sin salida? Esta amplificación especulativa de precios que parece no tener fin ya ha sido abordada desde la comprensión de la Teoría General de los Sistemas (aplicado a problemas generales), gracias a la cual hemos podido encontrar  el punto de apalancamiento para frenar y revertir la situación. El principio administrativo que atenúa los esquemas de escalada consiste en buscar el modo de que ambas partes “ganen” o alcancen sus objetivos. Esto implicaría tener objetivos y lograr consensos. También existe la posibilidad de que una de las parte realice actos “agresivamente” pacíficos para que la otra parte deje de sentirse amenazada y merme en sus actos de retroalimentación positiva. En otras palabras, una mesa de diálogo que permita la enumeración de ciertos objetivos básicos entre sector productivo, comercial y sindical, podría ser de gran ayuda. Y un acto agresivamente pacifico sería por ejemplo, que los sindicatos determinen una baja masiva de sueldos, lo que haría  que los costos de producción se vean disminuidos drásticamente. Otro escenario sería aquel en que se quitan varios impuestos al sector productivo por cierto tiempo. Cualquiera de estos escenarios, o todos ellos en simultaneo, harían que el espiral vicioso se atenué y como consecuencia los precios se normalicen, sería como quitar el micrófono de enfrente del parlante.

¿Parece imposible? ¿Qué dirigente va a querer pagar el precio político de proponer una baja de salarios en público?

No hay soluciones simples para problemas complejos. Dividir un elefante no nos da dos elefantes pequeños. Realizas intervenciones sin un plan integral solo hace más complejo el fenómeno. Los controles de precio  y las restricciones solo enredan más la madeja. La única salida viene de la mano de hombres con coraje, con conciencia y la capacidad de dialogar con sinceridad y en confianza. Los problemas de hoy son consecuencia de las soluciones de ayer, si seguimos probando con lo mismo solo vamos a obtener los mismos resultados.

Pero ¿y nosotros qué? Cuando digo nosotros no me refiero al concepto ideológico de pueblo que utiliza el populismo en sus arengas, me refiero a vos, a mí, a doña Pepa, a cada uno de nosotros que trabajamos, construimos, contribuimos y soñamos en esta tierra gentil del sur de América, a la confluencia de nuestras individualidades en un proyecto de vida que se amplifique y se transforme en un proyecto de nación próspera, inclusiva y respetuosa. Las piedras no están solo del lado de los políticos, de hecho esos políticos son el reflejo de una sociedad que ha olvidado que cada lugar que dejamos bacante lo rellena un don nadie, que piensa que el Estado es un lugar para “salvarse” y termina por barajar cuestiones importantes de nuestros caminos desde las honorables cámaras donde pululan nuestros “representantes”. No existen formulas mágicas, no nos vamos a despertar el lunes sin inflación, es necesario que comprendamos que el Estado no tiene más recursos que los que nosotros les entregamos en forma de impuestos, por lo tanto debemos valorar mejor nuestro tiempo y nuestras capacidades, debemos apartarnos de conceptos tan nefastos como el “voto castigo”, pues tal cosa no existe, en ese juego siempre ganan otros y los procesos vividos de 2017 a 2021 son muestra de ello, los únicos castigados somos nosotros, los que no llegamos a fin de mes o llegamos a duras penas, los que hacemos lo imposible por mantener nuestro negocio abierto aunque tengamos que trabajar el doble para ganar lo mismo o menos. No hay mesías, ni profetas en la Casa Rosada. Tenemos todos responsabilidad en este problema, es necesario educarnos cívicamente para sanear a nuestra clase política, replantearse el papel del Estado para que “presente” signifique apoyo y no saqueo bajo la falacia de una solidaridad a “punta de pistola” o de impuestos. Argentina necesita que nos sinceremos como seres humanos y hagamos una autocritica a fondo desde nuestra individualidad y sobre todo que reforzamos los valores familiares para que esta, como célula fundamental de la sociedad, nos salve a todos.

Autores:

  • Guido Muchiutti
  • Ernesto Vilches Izquierdo

 

Autor: Oscar Arnau