La virtualidad educativa y las nuevas identidades Por Clotilde Baravalle

25-06-2020 Opinion

La escasez de dispositivos en los hogares, la rápida y agotadora reconversión docente, las rutinas trastocadas para todos, los graves problemas de infraestructura y la angustia por lo que vendrá. En general, no se comenta que un temor de fondo sostiene el cambio.

En estos días, los tecnólogos nos abruman con información de encuestas cuyas muestras son obtenidas de un universo que voluntariamente responde. Un público limitado y vinculado con la educación en forma inmediata (docentes y padres). Los reactivos tratan básicamente sobre las nuevas dinámicas que se imponen, tanto para los unos como los otros.

Se comprueban, entonces, la escasez de dispositivos en los hogares, la rápida y agotadora reconversión docente, las rutinas trastocadas para todos, los graves problemas de infraestructura y la angustia por lo que vendrá. En general, no se comenta que un temor de fondo sostiene el cambio.
Escasas veces se alude a los comedores escolares y a muchas actividades que este espacio viene brindando en nuestro país como contención a jóvenes con mayor vulnerabilidad. Creo que debemos reflexionar al respecto seriamente, antes de sacar conclusiones apresuradas.

No hablo de vulnerabilidad económica solamente, también los jóvenes “acomodados” sufren de tener hogares complicados o disfuncionales. Para todos ellos, la autoridad es un concepto casi desconocido, confundido casi siempre con el autoritarismo. Sus padres, abuelos y cualquier mayor, en general, no manejan los dispositivos hábilmente perdiendo entonces la fuerza que tenía en otra época un adulto quien siempre enseñaba algo a un joven. A su vez, han estado ausentes en su crianza por una serie de motivos que no vienen aquí al caso.

Desde hace más de treinta años, el ámbito educativo se convirtió en el centro de quejas de nuestra sociedad, al que se le exige todo y se lo culpa de muchos males. Preocupados por ello, dado que la formación docente es muy superior hoy que hace más de treinta años, se investigó profundamente el tema dando por resultado con claridad diáfana que, las familias con problemas de integración y de gran inestabilidad se quejan de todo (calidad de la docencia, espacio, trato, capacidad, etc.) mientras que aquellas familias con estabilidad e imágenes de adultos responsables son muy cautelosas a la hora de la crítica al espacio de aprendizaje.

No obstante, y paralelamente al aumento de quejas y reformas asistemáticas, se fue perfilando el espacio educativo como un dador de identidad. Una sociedad que margina y peca de exceso de competitividad entre sus miembros. Proclamando una solidaridad que, en los hechos no se visualiza, los jóvenes y sus docentes fueron estableciendo lazos genuinos y duraderos fuera de las paredes de los establecimientos. Lazos semiparentales, podríamos decir. De este modo, vimos un nuevo fenómeno de vinculación con los colores del colegio, su uniforme, su historia (como fenómeno plasmado en el extranjero, tenemos el éxito de Harry Potter y todo su marketing), que promueve identidades sanas y que son una alternativa real a las bandas con actividades, a veces, cuasi delictivas.

Coincido con Duschastzky cuando dice: “La escuela como ‘lugar’ no es un componente aleatorio de socialización. Ella funda, frente al vacío de plurales lugares de enunciación, una experiencia alternativa de estar con otros”. La escuela y las universidades en sus primeros años se han convertido en algo mucho más que un espacio académico, es un espacio de socialización y resignificación de posibilidades.

Así, para los adolescentes el pertenecer a una institución educativa pasó a ser una cuestión de identidad y no de mera transmisión de conocimientos. O, en todo caso, de transmisión entre todos de cómo ser mejores seres humanos y crecer todos juntos en medio de una sociedad cada vez más hostil.

Ninguna virtualidad podrá suplantar este nuevo espacio que nosotros, los padres y los alumnos cuidamos y preservamos para el crecimiento y apoyo mutuos.

Es mi esperanza que el exitismo desatado por el análisis, todavía superficial, de una faceta de la virtualidad, no sepulte uno de los pocos espacios que a los jóvenes les queda como referencia.

(*) Especialista de la Escuela de Educación de la Universidad Austral

Autor: Oscar Arnau