La luz al final del túnel Por Martín Pollera y Sebastián Álvarez Hayes

05-09-2019 Opinion

Después del fracaso de la economía macrista se plantea el poryecto de definir un modelo económico que combine políticas de demanda y oferta que permitan potenciar las fuerzas productivas, donde la mirada antagónica entre mercado interno versus exportaciones quede obsoleta.

Los contextos de volatilidad económica suelen estar asociados a una marcada incertidumbre, dando lugar a numerosos y complejos análisis técnicos, que muchas veces contribuyen más a la confusión que a la comprensión de la situación. En dichas circunstancias es recomendable replegarse hacia puntos de partida analíticos más simples.

El 24 de diciembre de 2016 advertíamos en una nota publicada en Página 12 que las perspectivas económicas resultaban muy complejas , contemplando que el gobierno enfrentaba grandes dificultades para establecer un sendero de crecimiento económico coherente. La afirmación no resultaba caprichosa ni arbitraria.

El plan

Los objetivos por avanzar hacia una transformación productiva con mayor inserción internacional colisionaban con las decisiones macroeconómicas por reducir el déficit fiscal y por modificar los precios relativos de la economía, vía dolarización de tarifas, combustibles y alimentos.

A excepción de los salarios, que tuvieron una trayectoria por debajo de la inflación, los precios de los principales bienes de la economía tuvieron un recorrido ascendente y vertiginoso que generaban un doble perjuicio: por un lado, castigaba la competitividad de las empresas vía aumento de costos; por el otro la caída del salario real reducía el tamaño del mercado donde colocaban las firmas su producción. Por ende, los esfuerzos por aumentar los niveles de competitividad de la oferta mediante políticas transversales, sectoriales o regionales en un contexto de abrupta caída de la demanda resultaban inconducentes.

Es decir, las políticas macroeconómicas no lograron establecer una variable de la demanda que dinamizara el crecimiento económico (ni el consumo, ni la inversión, ni las exportaciones), al tiempo que las políticas de oferta fueron subordinándose a los objetivos fiscales y el sostenimiento de la deuda. De esta forma, la falta de coordinación y coherencia entre las políticas de demanda y oferta agregada tornaron sumamente inconsistente el modelo de Cambiemos; y consecuentemente su sostenibilidad. Incluso, se han adoptado medidas en detrimento del rumbo anhelado de integrar a Argentina al mundo, terminó estableciendo derechos de exportación, reduciendo reintegros, aumentando la tasa estadística, y estableciendo un doble IVA a insumos, incrementando así los costos de los sectores productivos a los cuales se les exige mayor competitividad.

Pero los errores no fueron sólo de coordinación. A pesar que las condiciones objetivas vigentes en diciembre de 2015 que hacían posible pensar en una ampliación, diversificación e internacionalización de nuestra oferta productiva, la transformación productiva que anhelaba el gobierno no contemplaba cuestiones básicas de la matriz industrial nacional, como por ejemplo la absorción laboral de los diversos sectores y su impacto en el territorio; especialmente en las áreas más densamente pobladas.

Clasificar

La idea inicial del gobierno se centró en clasificar a los sectores según sus potencialidades para competir en los mercados externos, estableciéndose así tres grupos:

· Sectores o nichos “competitivos”: con actividades como la elaboración de productos de molinería, lácteos y canes, biotecnología, software, entre otros.

· Sectores latentes: como ejemplo de ellos la fabricación de maquinaria agrícola y la industria automotriz

· Sectores sensibles: entre ellos la fabricación de prendas de vestir, la industria del calzado o la del mueble.

Por lo cual, aun suponiendo un escenario de crecimiento moderado de la actividad económica en estos cuatro últimos años, el plan contemplaba fallas de origen que garantizaba su fracaso en cualquier contexto.

La merma en el empleo de aquellos sectores menos competitivos no podía ser compensada por el crecimiento de los escasos nichos competitivos que se procuraba impulsar. Esa transición, puente o pasaje de trabajadores de un sector a otro resultaba inviable aún en los escenarios más optimistas. En otras palabras, el desempleo y la precarización laboral eran resultados preanunciados desde sus inicios, con crecimiento de la economía o sin él.

Pero el análisis no queda circunscripto allí. Abstrayéndonos de la estrategia de micro-segmentación productiva, los instrumentos previstos para la consecución de esos objetivos tampoco funcionaron; incluso algunos de ellos fueron abandonados y/o marginalmente utilizados, a menos de cumplirse 12 meses desde su implementación; como por ejemplo los programas de financiamiento para la productividad y la reconversión laboral.

En otros casos fue aun peor; la apertura gradual no fue tal y el ingreso masivo de productos importados terminó por dinamitar a aquellas actividades que ya venían sintiendo desde principios de 2016 los coletazos de la contracción del mercado interno.

En síntesis, no fue posible ni la reconversión gradual de los sectores sensibles ni la internacionalización de las actividades más competitivas. El achicamiento del mercado interno (que se constituye como el primer escalón para ganar escala), la dolarización de los precios regulados (tarifas y combustibles) y el recorte del gasto público anuló toda posibilidad de competitividad sistémica.

Otro modelo

En este contexto, y haciendo uso de la experiencia aportada por los años recientes es necesario reflexionar respecto a la planificación y ejecución de un plan de desarrollo nacional que contemple la necesidad de dotar de dinamismo a la economía a partir del sostenimiento de la demanda agregada. Pero al mismo tiempo será necesario proyectar transformaciones sobre la matriz productiva que permitan superar de manera tendencial restricciones estructurales que padece el país.

Si aumentar la demanda es un objetivo imprescindible para poner en marcha el aparato productivo y recuperar el empleo en el corto plazo, la sostenibilidad de un plan industrial requiere alejar la restricción externa mediante el aumento de las exportaciones, haciendo hincapié en las manufacturas de origen industrial.

La escasez de divisas siempre resultó el principal problema de nuestra economía: tanto en momentos de bonanza económica donde la generación genuina de dólares no resultaba suficiente ni sostenible para garantizar un modelo íntegramente productivo; como en épocas de corrección de supuestos desequilibrios macroeconómicos vía ajuste fiscal que derivó en crisis de deuda.

La situación actual donde se conjuga la escasez de dólares y la falta de oportunidades laborales, fuerza a poner en marcha un plan productivo que no sólo identifique sectores sino que sincronice acciones en pos de evitar inconsistencias macroeconómicas entre generación empleo y necesidades de divisas.

Tal sincronización no se circunscribe exclusivamente a la armonización del binomio oferta-demanda, donde las políticas nacionales garanticen un esquema macroeconómico que fomente la demanda y el mercado interno, propiciando condiciones para el crecimiento: sostenibilidad de la deuda, administración del comercio y actualización de precios regulados.

Existe un conjunto importante de dimensiones vinculadas con la productividad y la competitividad que tienen alcance provincial y local. Los parques industriales, las áreas logísticas, los corredores productivos, conglomerados y clusters sectoriales, y la formación de los recursos humanos entre otros. Estos instrumentos tienen una inmediatez territorial que los vincula naturalmente a las administraciones provinciales y municipales, las cuales deberán estar coordinadas con las políticas nacionales a los fines de potenciar su efectividad.

 

En síntesis, en los próximos cuatro años Argentina enfrentará una abultada necesidad de divisas para hacer frente a los compromisos externos. Al mismo tiempo, la dinámica recesiva reciente obligará a fomentar la creación de empleo. Esta doble necesidad requiere de la proyección de un plan económico-productivo en el que cada nivel de gobierno asuma el rol que mayor impacto positivo pueda generar. En suma, se trata de definir un modelo económico que combine políticas de demanda y oferta que permitan potenciar las fuerzas productivas, donde la mirada antagónica entre mercado interno versus exportaciones quede obsoleta.

* Economista.

** Economista. Docente UNAJ.

 

Crédito: Página 12

Autor: Oscar Arnau