LA CLASE MEDIA por Marcelo Carranza

15-05-2017 Opinion

La clase media siempre estuvo confundida y, en consecuencia, equivocada en sus decisiones. También fue, es, tan numerosa como para resultar, casi siempre, determinante en los resultados electorales.

Pero voy a empezar por el principio, como se debe.

La mayoría de los integrantes de la clase media (a la que pertenezco, de modo que sé de qué hablo) está convencida de que cuando nos ha ido bien ha sido, siempre, por mérito propio. Somos los abanderados de la meritocracia. Y, por supuesto, si las cosas salen mal la culpa es de los otros, básicamente de los gobiernos que nos han perjudicado con sus políticas.

“Hice todo bien. Si esto fuera Suiza…” es uno de los lamentos más comunes de quienes, en realidad, hicieron todo mal. Porque tomar decisiones como si viviéramos en Suiza es una burrada. Hay que decidir considerando que vivimos en Argentina, donde las cosas se hacen como se hacen. Y hay que aceptar que para que nos vaya bien no alcanza con el (innegable) esfuerzo personal, si alguien no crea las condiciones para que esto suceda. Los gobiernos anteriores al presente, justamente, hicieron eso: pensaron primero en los argentinos. Protegiendo el mercado interno, subsidiando (palabra que intentan demonizar) tarifas, otorgando planes (otro vocablo denostado) becas, retornos de científicos, creando empleo de las maneras más impensadas (¿Quién soñaba con los ARSAT que acaban de “regalar” a Clarín para que explote en su beneficio?), dando nacimiento a PROCREAR, que hizo que la industria de la construcción creciera geométricamente, y etc, etc, etc. Todo redundando en la creación de cada vez más puestos de trabajo. Pues de eso se trata: de que la gente tenga plata, la gaste, vuelva a tenerla y vuelva a gastarla. El “círculo virtuoso”, que le dicen…

Por todo esto y mucho más, en la última década, la clase media creció (económicamente) hasta niveles que le hicieron pensar que, en realidad, es una injusticia no subir en la escala social. Y como dije, se equivocó en el razonamiento: “Si «Si como en los mismos restaurantes que ellos, si llegué al “alta gama”, si puedo mandar a mi hijo a ese colegio inglés con el que mi padre soñó. Si empecé a usar el apellido de mi vieja pegado a mi Pérez (aunque, confieso, no en su honor, sino porque Pérez Gómez “da” distinto), ¿cómo no voy a poder a ellos?” Y siguió fantaseando en su delirio clasista: “Si este tipo promete no cambiar, y hasta mejorar las cosas que me beneficiaron estos años y, además, es rubio, ¿por qué no votarlo?”

Y lo votó. Y ya está dispuesta a recibir la cachetada que ocultará todo lo que pueda. “Yo no lo voté”, mentirán unos. “Seguiré sin votar peronistas” fingirán otros. Pero todos cambiarán su voto. Con el alma en pena, pero con los bolsillos ávidos.

Esto es así. La clase media es así. Con gustos de príncipes y posibilidades de cortesanos, apenas. Siempre dispuesta a la reverencia y a la complicidad que defiende los intereses de los que endiosan, de los verdaderos dueños de todo, de los ricos de auténticos apellidos patricios. Es que, increíblemente, los Pérez Gómez, de tanto desearlo, se sienten “socios fundadores”. La profecía auto cumplida. Eso sí: mantendrá esos aires de superioridad tan típicos como deplorables respecto de los que están un centímetro de bajo.

Dentro de poco, la clase media volverá a definir las elecciones.
Los profesionales volverán a valorar haber podido llegar a serlo por el esfuerzo propio, del de sus padres y de que existe la universidad.
Los pequeños y medianos empresarios que crecieron como no imaginaban en la década anterior, dejarán de soñar con ser Grobocopatel y “volverán” a la tierra por su propia conveniencia, aunque todavía creídos de que es una injusticia.

Los trabajadores que mantuvieron sus empleos y tentaron a la suerte, no volverán a hacerlo. Sufrieron mucho acostándose con el ¿“me tocará a mí, mañana?
Los que quisieron “cambiar” sin saber bien por qué y perdieron sus trabajos, los que hoy pagan tres o cuatro veces más por los servicios que el Estado subsidiaba (¿y qué tiene de malo?), los que iban al súper y ya no pueden, los que “descubrieron” que también merecían conocer el mar, los que accedieron a su primer auto. Los explotados por patrones (execrable palabreja, esta) insensibles y evasores.
Todos ellos votarán bien, esta vez.

Se nota que escribo en “futuro afirmativo”. Es que no tengo dudas. No puede haberlas, en realidad, al ver cómo destruyó CAMBIEMOS en 16 meses, lo construido en muchos esforzados años. No puede haberlas.

Autor. Marcelo Carranza

Autor: Oscar Arnau