Hace 140 años ya existían muchos “Santiagos” por Héctor Cavallaro

25-10-2017 Opinion

Cuando comienza la invasión de las tropas del General Roca a las tierras indígenas para la conquista de los desiertos, que no era tal pues allí estaba lleno de personas que eran sus habitantes primitivos y legales dueños de esas tierras; el cacique Ranquel Baigorrita que no aceptó someterse, comienza su huida al sur junto a su gente perseguidos sin tregua por el Ejército.

Según el relato del “choiquero” (cazadores de ñandues a los que el gobierno pagaba para “cazar” indios) Diego Castillo -que participó en el hecho-, sorprendido por la partida del sargento Ávila el cacique no quiso huir en un caballo que le alcanzaba uno de sus capitanejos y quitándose el poncho que vestía, espero a pie firme con su larga lanza en la mano y el puñal en la izquierda, la “carga” que le trajo la partida de “choiqueros”.

Perdidas sus tierras, su familia muerta o prisionera, sus lanceros diezmados, el último soberano Ranquelino debió sentir lo irreparable de la tragedia de su destino y el de su raza. Y aunque bárbaro, supo ser digno de su rango en aquel instante supremo de su vida.

Herido de gravedad con el brazo y muslo destrozado, al cacique lo alzaron en un caballo y la partida emprendió el regreso con el prisionero, pero al poco tiempo logró desprenderse y se tiró al suelo resistiéndose a ser llevado como prisionero.

En esas circunstancias, el jefe de la partida ordenó degollarlo pues en esas soledades y con la noche ya encima no se podía andar perdiendo el tiempo; fue así que allí lo dejan tirado en la soledad de La Pampa, el 16 de julio de 1879.

Según palabras del oficial a cargo, si el cuerpo no aparecía mejor para las autoridades, dirían que pudo llegar a la cordillera y pasó a Chile.

Autor: Oscar Arnau