ESTIGMAS Por Marcelo Carranza

03-05-2017 Opinion

En las historietas de los diarios y revistas de mi infancia, los sospechados de ser “malvivientes” eran dibujados como hombres malentrazados, de barbas crecidas que ensombrecían sus rostros y gorras calzadas hasta las orejas.
Las niñas buenas eran lindas, rubias, de ojos azules y vestidos de princesas. Las malas, siempre narigonas y malas alumnas.
Los ricos de prominente abdomen con cadena y reloj inclusos. Los pobres flacuchos y de espaldas cargadas.

Eran estigmatizaciones. La mayoría, sobre todo los niños, no conocíamos el significado de la calificación y la aceptábamos con naturalidad. A nadie se le ocurría (a alguien sí, seguramente) que detrás había un mensaje subliminal terrible. Probablemente, ni al creador del “cómic”.

Hace pocos años empezamos a aprender, masivamente, qué es estigmatizar.
Muchos incorporamos, así, que no hay quien pueda, “de antemano”, por su apariencia, categorizar a nadie.

Entonces, supimos que el que no tiene trabajo no es un vago. Que el poseedor del mejor traje no es un caballero. Que ser político no es ser delincuente. Que una señora no es siempre una dama. Que un cura no es un pedófilo. Que ser Presidente no es ser ladrón y que quien haya elegido un género distinto a su sexualidad no es un degenerado.
A todo esto le cabe “necesariamente”, claro.

¿A qué me llevan estas reflexiones? Al convencimiento de que nadie es más ni menos que nadie. A que no hay que ceder a la tentación de juzgar a los otros. A no olvidar que el principio es de inocencia y no al revés. A que la idea que debe prevalecer es la le incluir y no la de expulsar.

Son sólo algunos ejemplos que llevan a imaginar que pueden extenderse hasta el infinito. Hay que pensar en estas cosas. Hay que hacer el esfuerzo de ser mejores personas. Que, en realidad, no será tan grande (el esfuerzo) si se comprende que son verdades irrefutables.

Autor Marcelo Carranza – Lector de Tal Cual

Autor: Oscar Arnau