“En bolsillos chiquitos no entran secretos grandes”: una sobreviviente y el libro que escribió para que los chicos puedan hablar de violencia sexual

19-11-2019 Opinion

Cyn García tiene 35 años y sufrió abusos por parte de un tío durante tres años cuando era chica. Cuando lo quiso llevar a la justicia, habían pasado 20 años y él se estaba muriendo. Ahora forma parte de la campaña contra la prescripción de los delitos sexuales en la infancia y busca darle herramientas a los más chicos para identificar y denunciar el abuso.
Cyn pasó durante su infancia varias vacaciones en Paraguay. Allá nació y allá vivía parte de su familia paterna. Ella recuerda cómo viajaban y se quedaban por un tiempo prolongado en la casa de su tía, donde pasaba los días jugando con su prima. Ahí vivía también el cuñado de su tía, hermano de su tío político, con quien había trabado un vínculo muy estrecho y a quien ella llamaba “tío”.

En cada una de las vacaciones que transcurrieron desde sus 8 hasta sus 11 años, Cyn pasaba entonces el tiempo con el hombre que consideraba su tío, que le regalaba golosinas, jugaba con ella y que, de un momento a otro y casi sin que pudiera notarlo, empezó a tener un comportamiento muy extraño. Una vez le dijo que estaba enamorado, otra que se quería casar con ella y empezó de a poco a aprovecharse de la confianza que él mismo había construído hasta que un día, con la excusa de darle clases de guitarra, abusó sexualmente de ella.

Cyn estaba muy asustada y confundida y su tío la manipuló para que no dijera nada. Pero la angustia era cada vez mayor y su cuerpo lo manifestaba: tuvo ataques de pánico y se hacía pis en la cama.

Un día, a sus 11, logró contárselo en el colegio a dos de sus compañeras, que lo hablaron con una docente que tomó la decisión de citar a sus padres para que supieran lo que había ocurrido. “¿Por qué no habló antes?”, fue tal vez la primera pregunta que le hicieron.

Las vacaciones en Paraguay se terminaron y con ellas el vínculo con una gran parte de su familia. Así empezó un período de su vida que para ella estuvo únicamente caracterizado por el silencio y la total evasión del tema. “Por ignorancia o por una negación de mi entorno familiar optaron por guardar silencio. Y eso fue lo que yo hice también durante muchos años”, cuenta ahora, con 35 años y ya siendo madre de dos hijos, en el estudio de Infobae.

“Lo único que pudieron hacer mis padres fue alejarme de esta familia y desvincularme. Pero después no hubo nada para paliar lo que estaba pasando conmigo ni se iniciaron acciones legales, supongo porque quizás esto los sobrepasaba. Desde la escuela tampoco se hizo mucho más que avisarle a mis padres”, explica. “Esto me llevó por un tiempo largo a negarme a mí misma lo que me estaba pasando y a negar la gravedad del asunto”.
¿Cuándo fue que decidiste romper ese silencio?

-Estuve un par de años sin hacer mucho, si bien siempre tuve presente el abuso. Y eso se empezó a manifestar en mi cuerpo, en el sueño, en la vida. El abuso repercute en todos los aspectos de la vida de la víctima, desde la cosa más cotidiana hasta en algo que quieras emprender. En mi caso, por ejemplo, hasta tomar una clase de guitarra, porque quien abusó de mí era músico y aprovechó esa situación con la excusa de enseñarme a tocar para estar solo conmigo. Cuando empecé a manifestar toda esta angustia -y esto que no me dejaba dormir y llevar mi vida con tranquilidad- es que llego a un grupo de pares para hablar de lo que nos sucedió. Eso también es una forma de aliviar un poco, de sacar esa angustia que uno tiene adentro y ver que uno no es la única víctima, sino que somos un montón. Me sentí acompañada, me sentí parte de ese grupo y es ahí donde empiezo a tomar un poco de conciencia de que se podía hacer algo a respecto.

-¿Qué intentaste hacer?

-Paraguay se caracteriza por ser un país muy machista donde los niños no tienen ningún tipo de justicia. No hay una ley que los ampare o directamente no se aplica. Está mucho más atrasado de lo que estamos acá a nivel leyes y protección de la niñez. Pero para mí fue todavía más difícil poder llevar mi caso, porque cuando hice las investigaciones acá para ver qué se podía hacer me dijeron que necesitaba un representante legal allá. Yo vivo acá, me crié acá, tengo mis amigos y mi familia acá, era muy difícil trasladarme para llevar mi caso. Y por otra parte yo había perdido vínculo con esta parte de mi familia y con el abusador también. Mis padres lo que hicieron fue justamente alejarme de esto. Cuando finalmente logro llegar a esta persona, me entero que toda esta parte de mi familia en realidad lo estaba encubriendo, que sabían lo que había pasado. Pero me hablaban sobre que era tarde, de que esta persona estaba en su lecho de muerte y que yo tenía que perdonar y seguir con mi vida. Desde el inicio de toda esta lucha lo único que sentí fue “ya es tarde, ya está, ya pasó, olvidalo y seguí”. Eso es todo lo que yo recibí.

-¿Cuánto tiempo había pasado?

-Fueron más de 20 años en los que yo tomé conciencia de que se podía hacer algo y los que tardé para tener la fuerza también. Sucede que uno necesita fortalecerse para denunciar, exteriorizar lo que te está pasando y compartirlo con la sociedad, que es muy revictimizante. Uno lo procesa como puede pero nunca deja de doler y tener un impacto también en quién lo recibe. Muchas veces pasa que la otra parte no tiene la capacidad para poder escucharte y ayudarte. No se trata tampoco de empatía, sino que es una cuestión que provoca dolor quizás porque del otro lado hay cierta incomodidad, cierta historia que también tiene que ver con el abuso. Las cifras son alarmantes, es probable que yo me siente a tomar un café hoy con alguien que conocí en la universidad y que también haya sido una víctima. Como es muy doloroso por lo general no hay una devolución empática del otro lado y uno tiende a hacer ese pacto de silencio.
Entre las trabas judiciales y la dificultad para poder afrontar a su entorno familiar, el abusador de Cyn murió sin cumplir una pena por el tormento al que la sometió. Pero mientras tanto, Cyn, que estudió Educación Inicial y un tiempo también Psicología había tomado la decisión de no volver nunca más a ese silencio forzado que la asfixió durante tantos años de su juventud. Se puso en pareja, se casó, tuvo dos hijos y vio en ellos la inspiración para iniciar la búsqueda de otro tipo de justicia.

-¿Vos necesitabas que recibiera una condena?

-Sería solo una parte. Pero que la Justicia pueda condenar, que por lo general no sucede porque los casos que llegan a una pena son ínfimos, por supuesto que es un reconocimiento para los que sufrimos abuso. Que las leyes nos amparen en cuanto a penar a la persona que nos hizo tanto daño.

-¿Y cómo fue para vos saber que no ibas a poder llevarlo a la justicia?

-Lo mío fue un proceso más personal. Fue decir ‘Bueno no hay mucho más para hacer porque quien abusó de mí ya está muerto’, pero después empecé a procesarlo para intentar hacer algo positivo con esto. No me quería quedar solo con que soy o fui víctima, con esa parte tan dolorosa. Pero ya que me pasó, quería poder hacer algo con eso. Ahí yo empiezo a activar, a hacer algo con esta causa, me uno con distintas agrupaciones, me veo acompañada. A veces uno piensa ¿es la condena efectiva, que por lo general no pasa, la solución? ¿eso nos ayuda a sanar? Creo que es una pregunta que habría que hacerle a cada víctima pero lo importante es que siempre se puede sobrellevar. En mi caso la Justicia no pudo hacer nada por esta cuestión de que no ocurrió acá, que son otras las leyes y que no pude llegar a tiempo. No sé si eso me hubiera sanado de alguna forma porque la herida es muy profunda, pero se puede sobrevivir. La forma que encontré para poder paliar con esto de alguna forma fue llevando adelante lo que no fue para mí para otros, para los que están siendo víctimas o para las generaciones que pueden ser víctimas a futuro.
Cyn escribió entonces una serie de cuentos que reunió en un libro para niños titulado En bolsillos chiquitos no entran secretos grandes (Niña Pez Ediciones). La idea era llegar a las aulas, los profesionales que tratan con niños y los chicos mismos con una herramienta literaria que sirviera de puente para conversar un tema difícil pero necesario.

El libro tiene un relato sobre las caricias, sobre un monstruo “Manolarga” y hasta uno sobre los besos en la boca. Lo presentó hace apenas dos semanas y la primera tirada se agotó de inmediato. Se lo pidieron docentes, psicólogas, trabajadoras sociales e incluso dos fundaciones de Colombia. Ya la invitaron a dar charlas y está esperando una nueva reimpresión. Hace poco supo también que una nena pudo, a partir de la lectura del libro, hablar con sus padres sobre una situación de intento de abuso que había vivido.

-¿Cómo se te ocurrió escribir el libro?

-A mí siempre me gustó escribir, de toda la vida. Fue una manera de sobrellevar ese dolor. Para mí fue como mi terapia. Pensé de qué manera podía aportar a la sociedad, con mis herramientas, a que esto no se siga perpetuando y finalmente decidí escribir este libro. Decidí enfocarme en los niños, que son las posibles víctimas, de una manera amorosa, para poder explicarles un poco lo que es el cuidado del cuerpo, esto de los secretos y desnaturalizar algunas conductas que dejan en un estado de vulnerabilidad al chico. También es un planteo, una reeducación, para los grandes. Es mi manera de llevar esto a un buen puerto. La idea es que ningún niño tenga que pasar lo que yo pasé y hemos pasado tantos niños.

-¿Qué te hubiera gustado que fuera distinto cuando esto te pasó a vos?

-Yo creo que es fundamental que ese primer contacto con la familia se active. Que mamá te crea, que papá te crea, que la maestra te crea. Y después que te ayuden. Saberte acompañado por la familia es fundamental y puede marcar la diferencia. Todo pasa por tres instancias. Primero desde el mismo entorno que te hace creer y te hace sentir que ya es tarde, que hablaste tarde: ‘¿Por qué no habló antes?’. Después un proceso revictimizante una vez que lográs saltar ese obstáculo, donde se está esperando que te equivoques en tu testimonio para poder desvalidarlo. Después la justicia te dice que la causa está prescripta, que venció. Y no, porque el dolor no vence. Sigue con nosotras y nosotros. No podemos entender que la Justicia nos diga que llegamos tarde. Lo tenemos en el cuerpo, en la mente. Por eso llevamos el lema #SinVencimiento.
¿Qué es lo que busca la campaña?

-En el 2015 se sanciona una ley de Respeto al Tiempo de las Víctimas (27.206) que suspende la prescripción de los delitos de abuso sexual en la infancia, pero esta ley no es retroactiva, solamente ampara las denuncias desde el 2015. A una parte de la sociedad, que es mi caso también, nos desampara. Por lo general el niño pasa por todo un proceso donde primero tiene que digerir y entender lo que le está pasando, tiene que pasar por este pacto de silencio que por lo general se da en el entorno más directo y una vez que ese niño se fortalece para poder llevar esa causa, por lo general es siendo mayor, porque uno empieza a tomar conciencia a medida que va creciendo con las experiencias de la vida. Hay muchas confusión porque el abusador o la abusadora te manipula, te hace creer que no es tan grave, que es algo que nos gusta, que sucede. Y también están los otros que te dicen que ya está, que no pasó nada, que no es tan grave. Buscamos condena efectiva para los abusadores y que el delito de violencia sexual en las infancias sea reconocido como un delito de lesa humanidad. La violencia que se ejerce contra un niño impacta en toda la sociedad.

Este martes, en el marco del Día Mundial de la Prevención del Abuso Sexual en las Infancias, el Colectivo Yo si te Creo convoca a una manifestación en Plaza Congreso desde las 17 horas donde también habrá una actividad preventiva para niños sobre el libro de Cyn García (cylegar@hotmail.com).

Para la atención de víctimas de abuso sexual, grooming y explotación sexual de niñas, niños y adolescentes, la línea nacional es 0800-222-1717. Funciona las 24 horas, los 365 días del año en todo el país.

Línea 137: brinda atención y acompañamiento a víctimas de violencia familiar y sexual para orientarlas y acompañarlas para el efectivo acceso a la justicia. Funciona las 24 horas, los 365 días del año en CABA, Chaco, Misiones y Chubut.

Crédito: Infobae

Autor: Oscar Arnau