El «humo» de los idiotas por Daniel Enz

10-08-2017 Opinion

En estas dos últimas semanas, no fueron pocos los medios periodísticos -y lamentablemente de nuestra provincia- que intentaron descalificar la investigación periodística de ANALISIS que derivó en la causa judicial contra Gustavo Rivas. Esos periodistas que nunca descubrieron nada y solamente se dedicaron a ser meros administradores de la información diaria, no dudaron en destacar el “buen nombre y honor” del pedófilo de calle Mitre 7 o bien se ocuparon de denostar, de modo insistente -y siempre con el mismo coro de aduladores atrás, que siempre sale en defensa de los abusadores- el posible número de víctimas que este medio publicó, a partir del razonamiento conjunto que se hizo con varias de las víctimas. No fue un invento de esta revista, sino un cálculo básico que se hizo, tomando como índice un abuso por semana durante 40 años.

Rivas no abusaba de a una persona. Siempre lo hacía de la misma manera: tres, cinco o diez por turno. Y eso lo hizo de manera sistemática en por lo menos 20 o 25 años. Es decir, su etapa de esplendor, que habrá llegado por lo menos hasta principios de 2010 y desde mediados de los ’70. Por fin de semana llevaba a su casa entre 20 y 25 adolescentes; eran tres turnos los viernes y dos turnos los sábados. Y cada uno de ellos iba no más de diez veces a su vivienda, porque los iba cambiando.

Las pruebas no solamente están en los testimonios de las propias víctimas, sino también en las más de 200 fotografías o en los videos secuestrados. Rivas nunca aparece solo posando con algún joven en foto alguna; siempre lo hace con dos, cinco u ocho jóvenes. Así es en todas las imágenes que constan en los despachos de la Fiscalía de Gualeguaychú.

Por eso es que las propias víctimas -no sólo este medio- no dudan en consignar que en los hechos de corrupción de menores el número superaría a los 2000 jóvenes, aunque los abusos concretos el número es mucho menor. Rivas siempre montaba el mismo escenario: recibía al grupo de 3, 5 o 10 y luego hacía subir a su habitación a dos o tres solamente. A los primeros los corrompía, pasándoles películas pornográficas o exhibiéndose desnudo en el comedor diario de su casa. A los otros, les practicaba sexo oral o hacía que lo penetren. Eran dos modalidades.

Resultaron extraños los propios dichos del fiscal coordinador Lisandro Beherán, cuando dijo que las víctimas podrían ser “entre 100 y 200”, cuando él sabe perfectamente que el número es mucho mayor. De hecho, en los episodios denunciados por las cinco víctimas que concurrieron a su despacho hay por lo menos 25 jóvenes involucrados en corrupción de menores primero y en abusos después. Y hablamos solamente de cinco testimonios. Por qué dijo eso -que le permitió también a los periodistas, que nunca hablaron con las víctimas, para cuestionar a ANALISIS- se desconoce. Porque es totalmente ilógico.

Hay que hablar con las víctimas, una y otra vez, para saber de qué estamos hablando. Es muy fácil tomar un micrófono y hacer comentarios de lo que leen, ven o escuchan. Eso no es periodismo. Hay que levantarse de la silla, recorrer, golpear puertas, darse tiempo para escuchar, cotejar información y tratar de entender. ¿Será que algunos saben mucho más y no lo quieren contar, para ocultar alguna verdad que les pueda aparecer como preocupante y por ende es más fácil matar al mensajero?

Nosotros siempre supimos que estos casos son difíciles. Por eso nos tomamos más de 600 días para investigar. Para no cometer errores. Para que el informe final sea sólido y pueda convencer a la justicia y a la sociedad de que hay que ocuparse de estas cosas, por más poderoso que sea el protagonista. Pero está visto que algunos no soportan lo que les refleja el espejo. Y será problema de ellos y de lo que le explican a sus hijos cuando los ven cada día. Nosotros seguiremos haciendo lo mismo. Más allá de los escollos, las grietas, las presiones y los dardos envenenados. Nosotros estamos con las víctimas. Y cada uno sabrá dónde pararse en esta historia.

 

Autor Daniel Enz – Director Revista Análisis

Autor: Oscar Arnau