El arranque (*)

09-12-2023 Opinion

Arranca nomás la presidencia de Javier Milei. Un experimento político, social y económico que ofrece un mar de dudas que preocupa a propios y extraños. Síntomas de la subordinación política a los intereses norteamericanos y una clase política que se refugia entre la gobernabilidad y el conchabo mientras pasa el temblor.

“El Corso Triste de la calle Caracas” es una de las tantísimas genialidades del negro Alejandro Dolina. La crónica fantástica incrustada en el libro del Ángel Gris, que narra la invención de los hombres sensibles, al mando de Manuel Mandeb.

“Manuel Mandeb pensaba que las gentes se ponían contentas en virtud de algún suceso que todos conocían menos él. Sus amigos padecían un desconcierto de la misma clase” explica la crónica como preludio de la genial inspiración que llevó a Mandeb a crear el Corso Triste de la Calle Caracas.

En su bonomía, Mandeb pretendía emprender un camino inverso al que advertía en los “carnavales vulgares” allí donde “todos disimulaban la tristeza disfrazándose de personas alegres.” En cambio, “su proyecto consistía en adoptar disfraces y actitudes melancólicas para ver si detrás de ellos se instalaba la alegría.”

“Si el propósito de Mandeb fue lograr un clima de pesadumbre, hay que decir que lo consiguió. El Corso Triste de la Calle Caracas era francamente tenebroso. Todas las luces estaban apagadas. Los asistentes deambulaban como sombras fingiendo toda clase de sufrimientos. Las murgas entonaban canciones trágicas y tangos de Agustín Magaldi. Los disfraces eran lastimosos: de condenado a muerte, de novia abandonada, de jugador expulsado, de deudor hipotecario, de vendedor de libros y de intoxicado.”

Muy lejos de las buenas intenciones que exponía Mandeb, pero con idéntica perspectiva de fracaso, la distópica coyuntura que irrumpe en nuestra historia, amenza con emparentarse con la crónica fantasiosa.

Mañana asume Milei, al frente de una comparsa que entrevera menemistas de saldo con olor a naftalina, timberos feroces de los que nunca muestran todo el mazo, herederas pitucas de seso fruncido y nostálgicos represivos con destreza gamer en jueguitos de sniper.

Una minoría hegemónica moldeada en la virtualidad, un furioso e inclasiflicable cotolengo anónimo de internet que pretende fabricarse la idea de haber sido convalidado por la mayoría para sumergir en las tinieblas del ajuste el destino de nuestra gente, y luego de una agonía insoportable, alcanzar la ansiada alegría que les traerá la libertad.

Mañana arranca un experimento social, político y económico al que le falta empezar a caminar, para ver cómo anda.

 

Síntomas de la dependencia

Entre las ideas afiebradas que habitan los laberintos de Javier Milei y lo que efectivamente pueda materializar en la realidad efectiva de todo eso, habita un mar de incertidumbres que sumerge en la ansiedad a los que temen quedar en el radar de su mentada “motosierra” y alerta a los que se atribuyen ser los dueños del experimento.

La reunión de Javier Milei en Estados Unidos con Jake Sullivan, uno de los nombres fuertes del gobierno yanqui, evidenció la premura norteamericana con la que se busca asegurar sus intereses geopolíticos ante el emergente inestable del nuevo presidente.

Tras su visita, como narrábamos en la edición anterior, Sergio Massa convocó a los gobernadores entranes y salientes y aseguró las partidas presupuestarias que necesitaban las provincias para pagar aguinaldos y asegurar transferencias a sus municipios. Un ibuprofeno social y político ante la amenaza de Milei de frenar obra pública, transferencia a las provincias y poner en duda los aguinaldos provinciales en tiempos de fiestas de fin de año.

A esa decisión, le sucedieron la de mantener en el cargo a Marco Lavagna y asegurar la minería a Flavia Royon. Funcionarios que se inscriben en la nómina de Sergio Massa y aseguran intereses norteamericanos en el país.

En la AFIP asumirá Florencia Misrahi, quien oportunamente estuvo a cargo del departamento de impuestos de la multinacional norteamericana Cargill, la mayor exportadora de granos de la Argentina y una de las empresas que más impuestos evade con las maniobras de subfacturación de exportaciones y sobrefacturación de importaciones.

En el último tramo de su carrera, fue integrante del estudio Lisicki, Litvin & Asociados cuyo CEO ha remarcado en entrevistas que: “Argentina tiene mucha presión fiscal sobre las empresas, en el ranking fiscal está penúltimo. El sector privado está asfixiado para financiar al sector público donde hay un margen de gasto improductivo y superfluo que representa un despilfarro del esfuerzo y sacrificio que hacen los contribuyentes”.

Para redundar los beneficios impositivos de las multinacionales, se especula con la continuidad en el cargo de Guillermo Michel en la Aduana. Otro de los integrantes de la nómina de los intereses norteamericanos y de la fuerza política de Sergio Massa, que tiene vocación de asegurar su terminal política mas allá de los vaivenes de los sufragios.

Lo cierto es que, mas allá de toda especulación, en el gabinete de Javier Milei se puede contar a Luis Petri, que alega ser radical, la ex presidenta del PRO, Patricia Bullrich; ex funcionarios del actual gobierno, integrantes del equipo de Sergio Massa como Flavia Royon, funcionarios cordobeses en el Banco Nación, Anses, Transporte y otras áreas y ex funcionarios de Horacio Rodriguez Larreta en areas económicas de Caputo.

Es contrafáctico especular cómo hubiera sido la morfología de “Unidad Nacional” a la que hacía referencia Sergio Massa durante su campaña, pero sin lugar a dudas, cualquier atrevido se animaría a cotejar el sentido que hubiera tenido, mas allá de los nombres.

Sucede que el acuñado concepto de “Unidad Nacional” con el que la clase política se jacta como instrumento para materializar gobernanza, es el síntoma de la subordinación a los intereses de Estados Unidos del sistema político consolidado en nuestro país. Esa falsa “Unidad Nacional” tiene un programa claro, troncal y de efectiva realización en la Argentina mas allá del paso de los distintos gobiernos.

“¿Quién dijo que en la Argentina no hay políticas de Estado?” sostuvo en una charla el compañero Rodolfo Treber. “Ley de entidades financieras, ley de inversiones externas, ley de inversiones mineras son algunas de las herramientas heredadas de Martínez de Hoz y el menemismo que se mantuvieron vigente los últimos 47 años y tienen como objetivo postrar la capacidad de desarrollar la riqueza nacional en beneficio de la grandeza de nuestra Patria y de la generación de trabajo genuino en nuestro propio suelo” sostenía.

Otro de los latiguillos al que nos ha condenado la dinámica de estado de sufragio permamente al que redujeron la democracia, es ese significante vacío de “construir consenso en políticas de Estado” que permitan “planificar el futuro del país”.

Como muestra de la enorme dependencia económica y de la reiteración de recetas de comprobado fracaso para el destino de los argentinos, pero exitosa para los intereses extranjeros, basta repasar la tapa de los diarios de tiempos pasados.

“Liberación de precios”, “aumento de combustible y gas”, “El gobierno establecerá los salarios” marcan la tapa de Clarín que da cuenta del 3 de abril de 1976 cuando Martínez de Hoz anunciaba sus doce puntos. “Elaboran un plan para dolarizar la economía”, “aumentaron las naftas un 50%”, “Erman González se reunión con el embajador de EEUU”, “NOTABLE REMARCACIÓN DE PRECIOS” decía la tapa de Clarín del 30 de diciembre de 1989, cuando ilustraba los primeros pasos del menemismo tras la hiperinflación de Alfonsín.

Políticas de Estado hay. Vinen llenando el tiempo de la recuperación democrática y de la última dictadura con absoluta disciplina. Apenas paréntesis de alivio popular matizaron un tiempo en el que “unidad nacional” y “consenso de políticas de Estado”, fueron los síntomas de una enfermedad malvada que aqueja a nuestro país, y cuyo único remedio sigue siendo la liberación nacional.

 

Andar torcido

Mañana asume su mandato Javier Milei. Con un discurso que amenaza colisionar con la frontera de la realidad en muy poco tiempo. Dará inicio a un experimento novedoso para implementar recetas conocidas de ineludible fracaso.

Asume como catalizador del desprecio popular con un sistema político que promedia 40 años de democracia con la mitad de su pueblo masticando pobreza, y se presentará como síntesis de un gabinete que integra el sistema político que repudia la mayoría de sus propios votantes.

Asume con la promesa de terminar con la inflación, resolver el problema del trabajo, hacer valer la plata que cada argentino tiene en el bolsillo y de hacerle pagar una ajuste histórico a una minoría compuesta por la clase política, banqueros y empresarios que ahora son protagonistas de su propio gobierno.

Asume con la espalda ancha de haber anunciado un ajuste brutal, con una minoría que lo acompaña que impone hegemonía jactándose de haber ganado con redes sociales y tener hoy la legitimidad para garantizar que su mayoría circunstancial se mantendrá cuando empiece a picar el bagre y los precios se vayan al carajo.

Asume con un núcleo duro que deposita su confianza en la capacidad represiva de unos tipos con gorra y placa que viven cagados de angustia, en los mismos barrios de los que tienen que reprimir y siendo tan empleados públicos como cualquier enfermero al que le planchen el salario.

Asume con acuerdos de gobernabilidad que se lo ataron en el extranjero y que no tienen como objetivo defender su presidencia, sus ideas o valores, sino la agenda política de sus mandantes.

Asume amenazando con unificar el ajuste en un paquete de leyes y juntar la suma de todas las peleas en las primeras semanas de su mandato, justo cuando los precios amenacen la mesa navideña y la celebración de año nuevo.

Asume con la fortaleza de los votos y con un relato canalizado por medios virtuales que -hasta hoy- se evidenció eficaz.

Pero en esta modernidad líquida de la que se han valido para construir adhesiones, esta virtualidad que les facilitó hacer campaña, la alienación que le facilitó transformar su desequilibrio mental en potencia política y las escasas luces que permitieron ordenar en una pobre sistematización de ideas fuerzas, pueden ser el gérmen de su debilidad.

Sin ir mas lejos, Alberto Fernández ayer se despidió con una cadena nacional inclasificable, aunque de incuestionable intrascendencia.

Alberto Fernández es el ejemplo más nítido de lo efímero y circunstancial que son los apoyos políticos en los tiempos de modernidad líquida de Occidente. Aquel hombre con apuntador y filmina que gozaba de las mieles de las encuestas, sufrió el derrumbe de su popularidad en forma vertiginosa, indetenible.

Y así le entregará la banda a Milei. Que mañana empieza a andar su presidencia, con su comparsa que ofrece tristeza presente y promesas de alegrías futuras.

 

El ocaso de Mandeb

Manuel Mandeb, en sus genuinas intenciones, buscaba “un dejo de alegría que debía aparecer al quitarse la máscara trágica. Y lo cierto es que nunca encontraron tal cosa. Cada vez que -con toda ilusión- abandonaban sus disfraces de atormentados, encontraban debajo nuevos tormentos que, para peor, eran reales” y en esto afincaba “la verdadera esencia del fracaso” de los Corsos Tristes de la calle Caracas.

El negro Dolina cerraba la crónica advirtiendo que “Tal vez ha llegado el momento de comprender que los criollos no hemos nacido para ciertas fantochadas”, “Si nuestra extraña condición nos ha hecho comprender el sentido adverso del mundo, agrupémonos para ayudarnos amistosamente a soportar la adversidad.”

En definitiva, nunca hay que olvidar que quizás aquellos carnavales, no dejaban de ser “una reunión de gente triste que buscaba consuelo.”

 

(*) FERNANDO GOMEZ – EDITOR RESPONSABLE DE INFONATIVA

Autor: Oscar Arnau