Dos palabras para no banalizar Por María José López Ortiz (*)

13-06-2020 Opinion

No se trata de enunciarlas, de decirlas, de nombrarlas, aunque es un paso importante, no es suficiente.
La soberanía alimentaria excede a la expropiación de una empresa. Implica transformación del modelo productivo, redistribución de tierras, trabajo digno y preservación de la biodiversidad, entre muchas otras cosas. Cosas, asuntos, temáticas y reclamos que hace más de 20 años muchas organizaciones nacionales y regionales vienen sosteniendo con su discurso, pero sobre todo con sus acciones.

Escuchar estas dos palabras en un discurso presidencial es realmente novedoso, pero sabemos de los vicios y dobleces de los discursos políticos, de cualquier signo, en cualquier rol que ocupan.

Manifestarse a favor o en contra de la expropiación de la empresa Vicentín es reducir la problemática cobardemente y sesgar el debate desde una corta perspectiva partidaria. La soberanía alimentaria tiene demasiada historia escrita con luchas y trabajo como para que se la utilice tan banalmente.

Basta escribir estas dos palabras en el buscador de internet para que aparezcan ante nuestra vista infinidad de referentes como la Vía Campesina, Myriam Gorban, la UTT, cátedras libres en muchísimas facultades del país, cooperativas campesinas, el MOCASE, innumerables productores y productoras que hace tiempo vienen apostando a otro modo de producir alimentos. Abordada desde el Derecho, las ciencias sociales, la medicina, la nutrición, la educación ambiental, la soberanía alimentaria es uno de los conceptos clave para entender la crisis civilizatoria que estamos viviendo y generar desde allí oportunidades de transformación social.

Las corporaciones privadas y transnacionales del agronegocio ya han demostrado cuáles son sus intereses y cuáles sus métodos, bajo el discurso de la productividad, la eficiencia, la responsabilidad de alimentar al mundo, encubriendo el envenenamiento de cuerpos y territorios bajo la falacia de las buenas prácticas agrícolas y el patentamiento de la vida bajo el lustroso rótulo de derecho de propiedad intelectual.

Decir soberanía alimentaria es decir no al patentamiento de semillas, no a los agrotóxicos, no a la concentración de la tierra, no al monocultivo.

Decir soberanía alimentaria es decir producción local sustentable, comercio justo y consumo consciente. Fortalecimiento de los vínculos entre productores y consumidores a través de ferias y mercados barriales, recuperación de saberes ancestrales.

Una vez más, los medios masivos de difusión tienen la oportunidad de indagar responsablemente sobre la soberanía alimentaria para comunicar con solidez y sin sesgos o seguir reproduciendo de manera mediocre una falsa grieta entre posturas partidarias.

Proclamar la soberanía alimentaria sin generar las condiciones para que el modelo productivo del agronegocio corporativo y tóxicodependiente cambie, es como decir que hay un capitalismo en el que todos pueden ganar.

La fortaleza por lo tanto, está en la ciudadanía, en nuestra capacidad de preguntarnos de dónde viene y cómo se produce lo que comemos diariamente, de conocer las experiencias reales y cercanas de campesinas y campesinos que están produciendo alimentos sin agrotóxicos y a precios justos y apoyarlos, consumiendo estos productos en vez de depositar nuestro dinero en los supermercados que nada aportan a la soberanía alimentaria. En estos puntos está la fortaleza, la alternativa y la salida, que siempre y en toda situación, es colectiva.

(*) Secretaria de Educación Ambiental
Agmer Seccional Paraná
«Susana Peta Acevedo»

Autor: Oscar Arnau