Dos Navidades Por Roberto “Tito” Cossa

11-01-2019 Opinion

El pibe chorro se asomó al local del comercio más exclusivo del balneario. Comprobó que el guardia estaba distraído conversando con uno de los repositores. Se dijo ésta es la mía, ingresó unos pasos, arrebató la primera bandeja que tenía cerca de la mano y pensó esta noche comemos. Salió a la disparada y no había avanzado unos metros cuando sintió una mano que lo tomaba del cuello. Un cuarentón fornido le dijo a dónde vas, chorrito, y le pegó una trompada en la cabeza. Varios vecinos se detuvieron a curiosear y el señor fornido les dijo es un pibe chorro. Alguien gritó hay que matarlos a todos. Y cada uno practicó su  propia venganza. Las trompadas pegaron en todo el cuerpo del pibe chorro. Hasta que cayó desmayado. Y ahí empezaron las patadas, cada vez más violentas, con más ensañamiento. Golpeaban en silencio, algunos con la respiración agitada, hasta el momento en que  se dieron cuenta de que el pibe chorro estaba muerto. Se dispersaron aceleradamente, cada uno para su lado. El cuerpo del pibe chorro quedó inerte tirado en el suelo. Era la media mañana; la policía llegó una hora más tarde y se hizo cargo del caso.

Serían las seis de la tarde cuando una 4×4, último modelo, se detuvo en el estacionamiento del comercio. Del vehículo bajaron el señor burgués y su esposa. Era una pareja recién llegada al balneario, pero que ya era famosa por su ostentación de familia rica. Habían alquilado el chalet más ostentoso frente a la playa. Gente rica, sin duda.

Un empleado se acercó a la pareja y les preguntó qué deseaban. Traeme cuatro changuitos y seguime, le ordenó el señor burgués.

Los changuitos fueron cargados con varias botellas de champán francés, otras de vino y jamón crudo español, caviar ruso, quesos franceses.

El señor burgués le ordenó al empleado que cargue toda la compra en la 4×4. Y pagó con un cheque. El comerciante dijo gracias varias veces y el matrimonio abandonó el local. El vehículo ya estaba cargado con la abundante mercadería y el empelado mantenía la puerta abierta para que ingresara la señora burguesa. El hombre ocupó el asiento del conductor y la 4×4 partió hacia la salida. El empleado se quedó perplejo. Esperaba una propina. En definitiva lo había atendido escrupulosamente. Aún así alcanzó a decir gracias señor y agregar una breve reverencia,

Al día siguiente se celebraba la Navidad. Por la tarde le entregaron el cuerpo del pibe chorro a la familia que vivía en una tapera de una villa miseria. Lo despidieron la madre, sus dos hermanos y unos amigos del barrio y una vela encendida sobre una mesa destartalada. Dos ancianas vecinas rezaban sin parar.

A esa misma hora la señora burguesa daba las órdenes a las tres sirvientas que habían contratado. La mesa de fiambres se serviría en el quincho con aire acondicionado. Cuando se terminen los fiambres la mesa debe estar servida para la cena.

Al primer día hábil el dueño del comercio mandó a depositar el cheque del señor burgués. Para su sorpresa en el banco le dijeron que el cheque no tenía fondos. El comerciante se apersonó al gerente del banco. No puede ser es gente rica. Lo siento. No tiene fondos.

El comerciante decidió acudir a la Justicia. Dio la casualidad de que el funcionario tenía a su cargo los dos casos; el del pibe chorro y el del señor burgués. Le preguntó a cuánto ascendía el robo del pibe chorro. A 53 pesos con cincuenta, ¿Y el desfalco del burgués? Trescientos mil más 53 pesos con cincuenta.

El caso del señor burgués tomó estado público en el balneario. Pero los vecinos mantenían la costumbre de saludarlos con una sonrisa y una suave reverencia cuando todas las tardes la pareja salía a caminar por la rambla. Eran burgueses. Gente de bien.

Autor: Oscar Arnau