De la «pobreza cero» al «déficit cero»: las consecuencias del acuerdo con el FMI. Por Pablo Anino

08-06-2018 Opinion

El acuerdo con el FMI, no hay dudas, acelera el ajuste contra el pueblo trabajador. No sólo el déficit bajará más rápido atacando, como ya se vio estos días, el salario y el empleo estatal, sino que también requerirá más tarifazos y recortes presupuestarios.

La escalada de endeudamiento que inició Cambiemos hace dos años y medio se agudiza con el acuerdo y acerca la relación entre la deuda y el PIB a niveles peligrosos, según los propios parámetros de los organismos internacionales.

Los pagos de los intereses de la deuda pública, que en la actualidad se llevan el 14% del gasto público y explican el 60% del déficit financiero, aumentarán su incidencia presupuestaria.

Las metas de inflación (aun con el reconocimiento del fracaso de los parámetros anteriores y ahora ajustadas al alza), la mayor independencia del Banco Central y el no financiamiento al Tesoro, constituyen un combo de medidas con efectos recesivos.

Resta ver si el acuerdo con el FMI se complementa con otros préstamos de organismos internacionales y de la banca privada, pero en principio ni un centavo de lo que ingrese al país es para incentivar la economía, ya sea con mayor demanda pública o infraestructura.

Todo lo contrario. El nuevo endeudamiento está estrechamente vinculado a garantizar el pago de los vencimientos de deuda comprometidos previamente y blindar a los especuladores.

 

Además, financiará el vaciamiento del país vía fuga de capitales, una permanente del comportamiento de la burguesía «nacional», que tiene una velocidad vertiginosa desde que asumió Cambiemos y se aceleró con la corrida cambiaria.

Hay ganadores claros: un aspecto central del acuerdo es el rescate de los que apostaron a la «bicicleta financiera» con Lebac frente al deterioro de la situación patrimonial del Banco Central. Recordemos que la autoridad monetaria (aunque parezca exagerado llamarla «autoridad») perdió más de U$S 10 mil millones en pocas semanas.

El tipo de cambio flotante buscará sanear el rojo de la balanza comercial (que está en un nivel que constituye un récord histórico) mediante el encarecimiento de las importaciones y abaratamiento de exportaciones. Es decir, menos consumo para el pueblo trabajador.

Tal vez, el gobierno pueda manejar el ritmo devaluatorio con los u$s 50 mil millones que tiene a su disposición por el préstamo. Pero el efecto de generar excedentes exportables y reducir las compras al resto del mundo es contractivo de la actividad económica.

El «piso para el gasto en asistencia social» no es un gesto solidario del «nuevo» FMI, sino un reconocimiento de que la situación social se puede agravar. Algo así como el ajuste con rostro humano o la gestión de la crisis social para que no se desmadre la argentina capitalista.

Bien lejos quedaron los nunca creíbles objetivos de «pobreza cero» y los festejos de la supuesta caída de los niveles de pobreza en el último semestre de 2017.

La inflación se aceleró desde diciembre por la devaluación y los tarifazos. Los ingresos populares se debilitaron desde entonces. Los especialistas anticipan que las nuevas mediciones seguramente darán más pobreza. Pero hay más.

Un detalle no menor: el Gobierno compromete el ajuste hasta 2021. Ya sea con reelección de Cambiemos (ahora más complicada con 1,3 % de déficit comprometido para 2019) o cambio de signo político, es el FMI quien continúa al mando de la política económica.

Los U$S 19.300 millones de ajuste hasta 2021 significan en moneda local $ 482.500 millones al tipo de cambio actual. El «ahorro» caerá sobre los jubilados, la educación y la salud, entre otras partidas presupuestarias. El empleo y el salario estatal seguirán en la mira de los francotiradores del ajuste.

El presupuesto 2019, que comienza a debatirse en septiembre, tendrá que ser votado en el Congreso. ¿Hará el peronismo como en 2000 y 2001 cuando fue coorresponsable de los presupuestos que presentó la Alianza?

No es necesario ir tan lejos: desde que asumió Cambiemos, excepto por la muy tibia moderación de los tarifazos con la ley vetada por Mauricio Macri, el peronismo fue el garante del ajuste, desde el pago a los fondos buitre al robo a los jubilados de diciembre último.

Es un interrogante interesante saber qué hará ahora. Si vota en contra, agrava los problemas de gobernabilidad del oficialismo. Si apoya, agrava sus posibilidades electorales hacia 2019. Paradojas de la ingeniería del régimen político capitalista.

La propia recesión a la que se empuja a la economía con las condiciones del acuerdo implica imponderables sobre recaudación, que por lógica iría hacia la baja junto con la actividad económica.

Por lo cual, no está descartado que las metas de déficit fiscal finalmente no se cumplan, no porque no se ajuste como pide el FMI, sino porque la economía no reacciona.

Ese círculo vicioso, que en otra escala y con mayores desequilibrios conoce la historia reciente de Grecia, podría implicar nuevas negociaciones, nuevos condicionamientos y más sudor del pueblo trabajador.

Pero hay otro tipo de imponderables: ¿cuál será la reacción de la clase trabajadora? Los recientes hechos de Jordania, donde una huelga general contra los planes del FMI llevó a la caída del primer ministro, seguramente no fueron ponderados en las planillas de cálculo de la burocracia del organismo internacional.

La economía argentina está atravesada por profundos desequilibrios económicos desde hace años: 2011 fue el último año de crecimiento significativo. Desde el 2012 el régimen político burgués intentó varias salidas intermedias.

La “sintonía fina” fue el invento de Axel Kicillof: implicó, entre otras cosas, la devaluación y deterioro salarial en 2014, suba de tarifas de menor escala que la actual y el intento fallido de regreso a los “mercados”.

El “gradualismo” de Cambiemos aceleró los ataques al pueblo trabajador sin lograr moderar las contradicciones económicas.

La corrida cambiaria iniciada a fines de abril por varios amigos gubernamentales de la banca internacional, como J.P. Morgan, actuaron como un disciplinamiento hacia el macrismo para apretar el acelerador del ajuste.

El posterior acuerdo sellado a las apuradas con el gabinete económico visitando la casa del presidente del Banco Santander Río, Enrique Cristofani, para pasar el supermartes de vencimientos de las Lebac de mayo, implicó un negocio redondo para los bancos.

El mismo tono tuvo el acercamiento con los fondos buitres BlackRock y Templeton para que compren Botes con el dinero que ganaron especulando contra el peso argentino.

La apuesta a la emisión de deuda mediante los Botes (una denominación que es toda una metáfora del momento económico), fue una suerte de pacto con el diablo.

«¿Qué es el atraco a un banco comparado con la creación de un banco?», se preguntaba con toda razón Bertolt Brecht en La ópera de los tres centavos. No hay pregunta más atinada en la Argentina actual.

El supermartes se pasó redoblando todos los mecanismos especulativos preexistentes. El objetivo fue hacer un puente para tratar de poner la casa en orden.

Ahora volvió el FMI para poner las “cosas en su lugar”. La economía no está en las mismas condiciones que en 2001 ni la historia no se repite siempre en los mismos términos.

Pero habría que mirar qué pasó con el “blindaje” y el “megacanje” de Fernando de la Rúa. Son lecciones importantes. En 2001, Domingo Cavallo prometió el «déficit cero» que terminó de hundir al país en la desocupación masiva y condujo a niveles de pobreza que superaron el 50%.

Esas operaciones financieras de supuesto salvataje solo sirvieron para endeudar más al Estado. Ahora, tal vez, estamos recién en la mitad de una película cuyo final podemos anticipar.

El macrismo que arrancó su gestión con el marketinero eslogan de «pobreza cero», ahora viró hacia la más prosaica promesa al altar del capital financiero de «déficit cero» en 2020.

No son momentos para escuchar las opiniones de los «especialistas» económicos del establishment que a principios de año hablaban de una inflación del 20% y crecimiento de 3,5 %. Ahora recalculan: después de la corrida pronostican aumentos de precios del 27% y crecimiento de 1,3 %.

En estos días estarán exultantes. Será hasta que el próximo episodio de corrida cambiaria o tensión económica les haga prender el GPS de recalculadores seriales.

Todas las condiciones internacionales (perspectivas de suba de tasa en Estados Unidos, el llamado estancamiento secular de la economía mundial, la crisis en Brasil, entre otras), tanto como las nacionales (déficit externo, fiscal, inflación) siguen en curso, a pesar de las sonrisas de Christine Lagarde.

Autor: Oscar Arnau