De cuando estuve desaparecido. Por Eduardo Monzón

01-09-2017 Opinion

Hay gente que no tiene la menor idea que ha desaparecido Santiago.
Hay gente que no quiere saber que ha desaparecido Santiago.
Hay gente que, sabiendo, no quisiera saber que ha desaparecido Santiago.
Hay gente que le molesta que se diga que ha desaparecido Santiago.
Hay gente que, desafiante, dice que «Le chupa un huevo que haya desaparecido Santiago».
Hay gente que festeja la desaparición de Santiago.
Hay gente que justifica la desaparición de Santiago.
Hay gente que argumenta que la desaparición de Santiago es un cuento perverso instalado para ganar una elección.
Hay gente que hubiera colaborado en la desaparición de Santiago.
Hay gente que está contra las desapariciones de personas, pero que en el caso de Santiago se justifica porque, «Quién lo manda andar barbudo, pelilargo y mugriento, entre mapuches, cuando debiera estar trabajando, bien afeitadito y como la gente»
Hay gente que dice que «capaz los mismos mapuches lo desaparecieron para llevar a cabo sus propósitos de apoderarse de tierras que ya tienen dueños, que pagaron por ellas, Y ahora dicen que desapareció Santiago para presionar al gobierno».
Hay gente que está decididamente en contra de la desaparición de Santiago.
Hay gente que reclama por la desaparición en democracia de Santiago.
Hay gente que quiere que aparezca, y vivo, Santiago.
Y hay muchos, muchos, muchos, a quienes no les importa ni quieren saber, ni van a mover un dedo, y van a argumentar irritados, que lo tienen podrido con la desaparición de ese «hippie» allá en la loma del culo, entre esa indiada chilena, que quieren apoderarse de tierras que ya tienen dueños Y que ojo con meterle a nuestros hijos que ha desaparecido ese loco mugriento, y que en definitiva, «algo habrá hecho», porque un muchacho decente y de trabajo no va y desaparece por andar cortando rutas con la indiada».
YO ESTUVE DESAPARECIDO, SECUESTRADO DE MI TRABAJO, POR CUATRO TIPOS ARMADOS DE ITAKAS, DE CIVIL , Y METIDO A UN FALCON, EN LA ÉPOCA DEL BRUJO LOPEZ REGA. Era 1974.
Vi y sentí la desaparición desde adentro. A los pocos minutos del secuestro ya estaba rodeado de varios tipos que me molieron a trompadas y patadas. Pero fue solo la presentación en el mundo de los desaparecidos indefensos. Luego vinieron las esposas a la espalda, la venda en los ojos, los gritos amenazantes, las burlas, los golpes interminables, las patadas en el suelo, los apretones de testículos, las amenazas de muerte, las pistolas martilladas en la cabeza, las preguntas insólitas de cosas que no tenía idea, el turnarse para golpearme cuando se cansaban, el poner la voz de macho, a quien más macho, para intimidarme. Y eso por los días. Por las noches era un largo viaje por la ciudad de Resistencia, donde yo trabajaba, estudiaba, estaba casado con la misma mujer que hace 44 años, con un hijo de 5 meses, manteniéndonos de nuestro trabajo. Ese viaje terminaba en un campo (que aunque vendado lo notaba por los pastos altos que sentía cuando caminaba), luego atado y estaqueado en una cama de metal, la picana eléctrica, los gritos desaforados de tipos drogados o borrachos, el loco de la picana que se divertía con risa frenética cuando el cuerpo se me arqueaba hasta una altura imposible por la corriente atravesándome entero, la frialdad imperturbable del interrogador con acento a todas luces «porteño». Y ese rito repetido durante 16 días secuestrado.
Es secuestrado desaparecido indefenso, es la situación más tremenda que puede atravesar un ser humano. Todos ellos, bravucones, feroces, necios, arrogantes, impunes, con un chico de 22 años acabados de cumplirlos horas antes del secuestro.
Eran también épocas de «democracia». Todavía no habían dado el golpe militar. Era 1974. Eran días de matanza e impunidad.
Luego vendrían 8 años de campos de concentración en una unidad penitenciaria en Rawson, Chubut.
20 años después de mi secuestro, una ley, 24 000 y pico su número, determinó, votada unánimemente por todos los partidos, que fue privación ilegal de la libertad. Luego del horror, no importa tanto el mío, sino también de mi esposa, de mi hijo, de gente que por el solo hecho se ser familiares, en cualquier momento podían venir y secuestrarlos, resultó «PRIVACIÓN ILEGAL DE LA LIBERTAD». Y el haberse sentido, por gente aterrada, timorata, indiferente, que los veían como si fueran peste, discriminados. Con la convicción, miserable, de » Y…algo habrá hecho…» Argumento de los que no saben, no creen, no esperan, no les entra en las cabezas, que tal vez, en un día no lejano, estarán ellos, o sus hijos, o nietos, vendados y golpeados, sus destinos inciertos, esperando que alguien por ahí se atreva a decir, sencillamente:
¡»NO A LAS DESAPARICIONES FORZADAS»!.
Y QUE NO CONDENEN, SIN SIQUIERA SABER, SIN PREGUNTAR, CON PREJUICIOS, QUIÉN ES SANTIAGO O CUALQUIER OTRO QUE LE OCURRA SEMEJANTE INFAMIA.

Autor: Eduardo Monzón

Autor: Oscar Arnau