Costumbres borrascosas. Por Marcelo Rudaeff (Rudy)

16-09-2017 Opinion

¿Cómo está, lector? ¿Qué cuenta? Me imagino que no se trata de dólares, ni siquiera de los que ahora puede comprar “gracias a que no hay más cepo” pero no puede comprar “porque no hay más consumo” y usted, como tantos millones de argentinos, vive del mercado interno

¿O cuenta las mentiras que le dice su cuñado neoliberal, ese que no compra este diario pero lo lee por encima de su hombro, porque sabe que acá no le posverdeamos? Quizás su cuñado le dijo

■ Que no hay más pobres,

 

■ Que hay más pobres que antes, pero es por culpa del gobierno anterior, o del posterior

 

■ Que nos salvamos de ser Venezuela, donde hay represión y recesión

 

■ Que se robaron todo, o casi todo, o una buena parte, o casi nada que no es lo mismo pero es igual

 

■ Que el populismo justifica los golpes de estado del pasado, la represión del presente y al vengador del futuro

 

■ Que durante doce años nos hicieron creer que teníamos derecho a creer,

 

■ Que a los que se portan bien en esta vida, en el segundo semestre le llueven inversiones,

 

■ Que existe una conspiración judeomapuche financiada por los marcianos para conquistar la Patagonia y ponerla de emperatriz a Lilita, o en su defecto a Margarita.

 

■ Que la gendarmería no existe, son los padres

 

■ Que no producimos ni acero ni caramelos, pero nuestras lebacs son un producto del que podemos estar orgullosos

 

■ Que Cristina mató a Kennedy, hundió el Titanic, incendió Roma, destruyó la Atlántida u tentó a Adán con la manzana prohibida

 

■ Que está muy bien que los ricos pongan su plata en Panamá, así está a salvo de los mapuches

 

■ Que hay que pagar más de luz, de gas, de agua, así los Ceos no se ponen tristes

 

Y mucho más

 

El problema, querido lector, no es que su cuñado le diga todas estas cosas, en persona, o a  través de sus canales de televisión, radios, diarios, o redes sociales amigas. El problema es que usted, o yo, o su propio cuñado, o mi vecino, crean que es cierto.

 

Y el gran problema es que, además, nos acostumbremos a creer estas cosas sin usar nuestra pobrecita neurona a la que suspendimos momentáneamente (con goce de sueldo parcial) porque claro, nos damos cuenta de que, desde hace casi dos años a esta parte, los cerebros tienen mucho menos trabajo que antes, y entonces no nos da para mantener a tantas neuronas inactivas.

 

Si antes hacían tres turnos por día “a cabeza llena”, ahora basta con una que esté de guardia por si “de casualidad” llega a caer alguna idea. Pero tranquilos que es  excepcionalmente.

 

Entonces la banalidad se impone. Y somos otra vez una “república banalera”

 

Solamente de esta manera podemos aceptar, por ejemplo, la hipótesis de que “quizás a algún gendarme se le fue la mano” ¿Qué mano, la mano invisible de mercado, se le fue? ¿Qué quiere decir “se le fue la mano”, que le pegó de más? ¿Que si pegaba golpes estaba bien, pero más de seis es un exabrupto? Ya nos fue muy mal cuando, hace unos 30 años, hablamos de “excesos”. “No hubo errores, no hubo excesos” se cantaba antes, y se sigue cantando ahora.

 

El tiempo pasa, la vida continua, y en cada conversación, cada beso, cada abrazo, se impone siempre un pedazo, de temor. Pero más allá de Milanés, hay hechos a los que no podemos, no debemos, no queremos acostumbrarnos.

 

De eso, lector, trata esto

Autor: Oscar Arnau