Campeón de la tristeza Por Eduardo Fabregat

27-11-2018 Opinion

Te matan el amor al fútbol.

Porque uno ama al fútbol, y no es exageración: es un deporte hermoso, sublime cuando es bien jugado. Ves a tus pibes jugarlo en las ligas infantiles y agradecés que esos chicos tengan una formación atlética y un espíritu de equipo que los acerca a sus pares, les da una red social mucho más palpable y contenedora que la del pajarito, la de las fotos o la de Mr. Zuckerberg. Recordás tardes de cancha con gente querida, la expresión extasiada de esos mismos pibes tuyos ante el espectáculo de un estadio lleno y dos equipos jugando de verdad, no la réplica televisiva a la que los chicos primero se acostumbran. No te avergüenza la admiración casi fanática hacia un jovencito común y corriente, pero con la habilidad de driblearse a una defensa entera, tirar un caño de fantasía o meter una chilena en el ángulo. El fútbol, en esencia, es disfrute.

Pero el fútbol no se desarrolla en una probeta ni un ambiente controlado. He visto a madres tirándole botellas a un árbitro en un partido de la liga infantil FEFI. He visto padres queriendo trompear a un referí en la liga Faccma. He visto técnicos de liga AFA maltratando niños, dando preferencia a un pibe recomendado por sobre otros mucho más cumplidores, esforzados y hasta talentosos. He visto árbitros horribles impartiendo injusticia. He visto la misma enfermedad que vemos en el fútbol profesional en su escala pequeña, en el origen, en ambientes supuestamente más sanos porque no involucran un enorme poderío económico.

Dejé de ir a la popular de River hace años, harto de los “peajes” de Los Borrachos del Tablón en cada ingreso a la tribuna. Voy al sector de prensa o pago plateas más caras, pero mucha gente no tiene esa opción: simplemente se alejan de la cancha. Abandonan el terreno, que queda en manos de gente que también dice amar el fútbol, pero es un amor tan desviado como el del tipo que le pega a su mujer y aduce pasiones incontrolables.

La pasión es otra cosa.

La pasión es eso que ves en los pibes, pero es una comprobación amargada por la convicción de que hay un veneno activo, poderoso e irrefrenable. Un mar de mierda hasta el cuello de un deporte hermoso.

Soy hincha de River, he vivido mil cosas. Esperaba esta final con alegría, recordando el capítulo que Nick Hornby dedica en Fiebre en las gradas a la inolvidable definición del Arsenal y Liverpool en el campeonato 1989, incrédulo ante la posibilidad de vivir algo semejante. La manga de inútiles de las fuerzas de seguridad y sus responsables políticos, los mafiosos disfrazados de hinchas, los canas y sus negocios, los dirigentes ventajeros, los capos del fútbol y sus tramoyas, los periodistas operadores y los intermediarios tribuneros, los que quieren llevar agua al molino y el molino también, los trolls de redes y la discusión inútil, la vista gorda. Te matan el amor al fútbol. Te sacan las ganas. Ya no interesa cómo se resuelve esto: nadie podrá disfrutarlo plenamente. Bueno, algunos sí. Muchos no. Yo no.

Y ves al pibe tirar una rabona y reírse con sus amigos y ser feliz, pero sabés que será solo una pequeña postal en un álbum de iniquidades y miserias. Y el único campeonato que te queda es el de la tristeza.

 

Por Eduardo Fabregat

Autor: Oscar Arnau