Chajarienses por el mundo: Luciano Silvestri, bioingeniero, reside en San Pablo desde el 2002…y es nuestro

14-11-2016 El País | Actualidad

silvestri
El bioingeniero chajariense Luciano Silvestri reside en San Pablo desde 2002. Egresado de una rama joven de la Ingeniería que fue pionera en Entre Ríos, consolidó su crecimiento profesional en la urbe más grande de Latinoamérica.
El estudio, la educación, pueden llevar a una persona hasta lugares impensados, o poco imaginados seguramente en la adolescencia. La educación forma un profesional, enriquece el espíritu y el alma, hace progresar, crecer y trascender a una persona. Y constituye un fundamento esencial para el desarrollo de un país.
La historia de Luciano Silvestri es una más de tantas otras de jóvenes del interior entrerriano, que dejan su ciudad natal y llegan a la capital provincial, para apostar una formación educativa que les permita proyectar su futuro personal. En su caso, el desafío fue una carrera innovadora, pionera en el país, de la que poco se conocía: los primeros bioingenieros se graduaron en 1992, el mismo año en que comenzó la Licenciatura.
La decisión personal, acompañada y apoyada por sus padres Rosendo y Rita, demandó convicción y esfuerzo personales, y también muchas horas dedicadas al estudio. Esa época de estudiante, pese a las privaciones para que alcance la plata para vivir, lo marcó a fuego: «Siempre amé a Paraná», dijo un cuarto de siglo después de haber llegado a la capital provincial, el bioingeniero de Chajarí Luciano Silvestri, hoy convertido casi un ciudadano del mundo. Desde el lugar donde reside, en San Pablo (Brasil), donde llegó como uno más de esa fuga de cerebros que ocasión la debacle económica, política y social del país de 2001-2002, ha viajado casi semanalmente por distintos países de América, Europa y Asia, para brindar asesoramiento, capacitación o entrenamiento fundamentalmente en equipos médicos.
«São Paulo es multicultural, te ofrece la posibilidad de crecer profesionalmente como en pocos lugares, y el tamaño del mercado permite que todos puedan buscar su lugar. ‘Hay muchos peces en este río, depende de cada uno pescarlos’. A pesar del tamaño de la ciudad o del tránsito, es un lugar muy bueno para vivir», contó sobre la experiencia de vivir en el mayor casco urbano de Brasil y de Sudamérica.
Vivió, en el país carioca, la explosión de crecimiento del más gigante de América del Sur en la última década. Allí formó su familia, con su esposa brasilera Alessandra, y dos niños, Lucas de 7 años y Laura de 4 años.
«Como nunca le di bola al fútbol, no sufro las preocupaciones por las provocaciones normales de los brasileros. Hincho, sí, siempre por Argentina», contó.
Entre las opciones para su recreación en la gran ciudad, Luciano citó la salida a bares y restaurantes, para encuentros con amigos. Con sus hijos, las posibilidades son los parques, shoppings y playas a poco más de medio centenar de kilómetros. «Otra elección para disfrutar son los viajes al interior, de donde son mis suegros, de una ciudad parecida a Chajarí».
Egresado con el título de Perito Mercantil del Colegio Marista de Chajarí, tuvo que sortear en el inicio, la falta de formación técnica específica: «Como no técnico, me pesó un poco ese déficit en las materias, en comparación con otros compañeros que venían de una escuela técnica», reconoció.
«De chico pensaba no estudiar ni Medicina ni Ingeniería, y terminé estudiando un poco de las dos», recordó sobre la decisión de empezar a estudiar Bioingeniería. «Es que de chico es difícil; es una de las primeras decisiones que van a definir tu vida, el saber qué vas a estudiar cuando terminás 5º Año. Y gran parte, por no decir la mayoría de los chicos a esa edad, tienen una gran indecisión porque no tenés la madurez para ver el futuro, tu vida, analizar el momento, los factores económicos y las posibilidades familiares».
—¿Qué te inclinó a apostar por la Bioingeniería?
—Me gustaba más la parte de animales, biología, la vida natural, una onda más como mi hermano más chico que es biólogo. Y el primer contacto fue porque mi papá tenía un autoservicio y un viajante, unos distribuidores de Paraná le comentaron acerca de la Facultad de Bioingeniería, y en el inicio lo pensé. Lo analicé, me empezó a gustar lo que vi vinculado con la vida, me enganché, fui a una reunión en Oro Verde donde explicaban sobre la facultad, y me inscribí. Y cuando empecé el curso, en la primera semana quería largar la Facultad (risas). Pero como soy cabeza dura le seguí dando y me enganché, obviamente.
—Habrá sido complicado definir la elección de la carrera, teniendo en cuenta que se creó en 1985 y los primeros graduados fueron en el 92. Entonces la carrera no estaba muy clara en relación al mercado laboral, más allá de los contenidos.
—Totalmente. Por eso te digo que tenés una decisión. Aunque todavía hoy hay gente que no sabe qué es, en esa época cuando decías Bioingeniería era aún más raro. En mi caso, me enganchó la innovación, investigación, y como un desafío, porque le da mucho interés al desarrollo, tenía mucha Matemática que siempre me gustó. En mi perfil me empezaron a gustar esas cosas, Robótica, Inteligencia artificial, y a lo que más miedo le tenía era a Electrónica porque no sabía nada. Con todo eso me formé una idea y después con el tiempo se me fueron aclarando muchas cosas. Calculo que hoy en día es mucho más fácil para alguien entender lo que es la Bioingeniería.
Además tenés la otra parte, que debe seguir pasando en muchas carreras de investigación o en las ingenierías en general: entrás siendo un idealista, creyendo que vas a ser un científico, y muchas veces terminás con la parte técnica o comercial. Porque en nuestro país simplemente no hay muchas facilidades de desarrollo tecnológico, no es imposible, pero hay mucha dificultad. Tengo muchos amigos que tienen empresas fantásticas, que han conseguido éxito en su carrera a nivel nacional, y le han tenido que dar mucho esfuerzo porque la estructura del país, a diferencia de otros como EE.UU., Japón o Europa le dan mucho soporte y ayuda al estudiante, al investigador en sí. De todos modos eso no termina siendo malo, porque yo estoy hoy en día estoy en medio de servicios y comercial, y me encanta lo que hago.
—¿Cuántos compañeros empezaron la carrera contigo y cuántos se recibieron?
—En aquella época empezábamos mucho y terminábamos pocos, no sé cómo será ahora. Empezamos cerca de 200, si no recuerdo mal 198, y terminamos un poco más de 30. Entre 1º y 2º año quedaban la mitad, y después se iba cayendo el resto.
—Cuando te recibiste, ¿cómo fue tu inserción laboral? Porque suele ocurrir en carreras muy demandas como las Ingenierías, que los estudiantes comienzan a trabajar antes de recibirse?
—En mi caso particular, y veo que aquí en Brasil es diferente, la mayoría de las carreras antiguamente demoraban más. Se está yendo ahora al modelo norteamericano de carreras más cortas, para hacerse más interesante, más específica, y venderse más fácil al estudiante. Entonces en lugar de tener una carrera de Ingeniería, hay una Ingeniería «de botón de camisa». En aquel momento eran seis años más el trabajo final, que muy poca gente la hacía en 6 o 7 años. Yo estaba en la lista de quienes tenían que pagar los gastos, porque era de una familia simple, no pobre, pero con cinco hermanos era difícil bancar todo para los padres. Entonces empecé a trabajar pero no estrictamente en el área; hacíamos changas, de todo, y eso repercute en el estudio y por eso demoré ocho años en recibirme. No te puedo decir que fui siempre un estudiante ideal, pero además de las dificultades propias de la carrera, había que pelearla.
En los últimos dos años, cuando me quedaban pocas materias, empecé a hacer varias cosas que me ayudaron: por un lado, formamos una empresa con compañeros, de Servicios Integrales Odontológicos, más que nada para meter mano y foguearnos con la reparación, arreglos y mantenimiento de equipos. Y la otra, estudiar idiomas: Inglés con una prima que nos daba clases a un grupo, y también portugués en el Instituto del Profesorado, en la escuela Normal de Paraná, sin pensar en venir a Brasil. Elegí las materias no pedagógicas, sino aquellas más de contenidos de idioma, y me ayudó en un año que hice y me dio una base muy buena.
—Tus primeros trabajos fueron en esa época.
—Junto a unos chicos entramos en una firma llamada Griensu, en Buenos Aires, en el marco de un proyecto muy grande con Siemens. Ahí empecé con los viajes que nunca paré, que fue muy constructor tanto personal como profesionalmente. Viajábamos dos semanas por todo el país, volvíamos a Buenos Aires, instalando equipos y haciendo entrenamientos y ahí se vio mucho lo fuerte la capacitación que teníamos. Veíamos de muy buena manera cómo éramos recibidos en los hospitales, por los médicos, enfermeros, clínicos, por los propios ingenieros, al poder hablar con todos los idiomas técnicos profesionales. Fue algo sui generis en el mercado argentino, y resultó algo muy bueno e interesante, más allá de que a cada cliente tenías que explicarle qué era Bioingeniería. Para nosotros esa época era tener un salario bueno, que en el mercado no era muy bueno, pero si para nosotros que recién empezábamos. Éramos cuatro amigos de estudios de Bioingeniería.
—¿Hasta cuándo en esa primera empresa?
—Fue un año y medio, vino el corralito y la primera gran crisis de nuestra generación, si bien en Argentina vivimos de crisis. Estaba todo muy feo, recuerdo que empezaron los contratos basura, con una duración de tres meses, y no tenías seguridad de nada. Seguí unos meses de esa manera, quedé solo con un compañero, y ya me empezó a picar el bicho de irme. En realidad quería irme a Europa y estudiar un posgrado, pero no tenía plata. Surgió una posibilidad, a partir de una asociación con una empresa brasilera y una japonesa: se instaló Griensu do Brasil y vine en septiembre de 2002, pensando en que sean unos años y poder juntar plata para irme a Europa.
—Y finalmente seguiste en Brasil todos estos años.
—En Griensu trabajé dos o tres años como especialista de producto, primero como técnico en ventas y luego como Gerente de Servicio Técnico, donde estructuré esa área. Tiempo después Griensu se separó de su socio de Argentina y me fui a otra empresa, Bioscan, en la que hice de todo: desde la instalación, reparación, y capacitación para el uso de productos: viajé mucho dentro de Brasil, y afuera, a Alemania, Inglaterra, México, Costa Rica, Perú; esa segunda empresa me proyectó bastante en la parte internacional. En un momento, estuve a punto de retornar a Argentina, porque esa firma iba a abrir una subsidiaria en el país, pero finalmente ingresé a Stryker, con condiciones laborales y salariales muy interesantes. Viajé bastante por el mundo, y hasta tuve la posibilidad de hacer un MBA y de ir a China, Dubai. Estuve en la parte de Servicios comerciales, luego gerente de ventas regional, y más tarde nacional. En esos años nacieron mis dos hijos, de 6 y 4 años.
—Ese desarrollo fue coincidente con un período particular de Brasil.
—Acompañé el crecimiento muy grande que tuvo Brasil, como todos lo saben, sin entrar en el mérito de cómo fue, si porque China le compraba arroz. Yo acompañé ese proceso, tuve la posibilidad de conocer mucho y realizar muchos entrenamientos de gestión, de administración, en Brasil y afuera. Tuve también la oportunidad de viajar mucho. y de capacitarme más.
Cuando Brasil empezó a caer fuerte, hace dos años, las empresas empezaron a hacer agua, y empezaron los despidos en masa. Fui también convidado a salir de la empresa así que en enero de 2015 me quedé sin trabajo por primera vez en mi vida, y tuve que buscar trabajo, fue una experiencia diferente. Como estábamos bien y bien preparados, y mi esposa tenía trabajo porque es arquitecta, la seguimos bien. Y al poco tiempo llegó Steris Corporation, donde estoy como gerente de servicio para toda América Latina. Hago muchos viajes al interior de Brasil, y también mucho ahora a Centro América.
La repatriación de cerebros
—A la distancia, ¿cómo ves al país y a la provincia, en relación al desarrollo científico?
—Hay una cosa que me llamó la atención aquí en Brasil: hay una clase profesional llamada tecnólogos en salud, que son gente que no son ingenieros, sino que son técnicos terciarios, vamos a llamarlos así, en la parte de salud, que terminan haciendo mucho el servicio que es para el bioingeniero. No lo vivencié mucho en mi caso pero si lo vi en el mercado brasilero, que es una especie –queda feo que lo diga así– de una guerra de clases o profesiones, vos me estás robando mi lugar. Cuando hablé con mis compañeros y colegas en Argentina, me dijeron que para bien o para mal eso está pasando, y lo malo de eso es que no está bien regulado. Entonces esa parte, cuando me preguntás como está el país, por un lado veo que mis compañeros están bien, fundamentalmente los que están en Buenos Aires porque es un polo más grande, el país es muy polarizado con tres o cuatro ciudades grandes ((Buenos Aires, Rosario, Córdoba), a diferencia de Brasil. Y mis compañeros están bien, la mayoría. Claro que sumergidos en la realidad del ciudadano argentino, hoy con sus realidades sociopolíticos-económicas. Sacando el tema coyuntural, están bien reconocidos, no bien pagos, y la profesión está muy fuerte. Se hizo un trabajo muy fuerte en Argentina en la ciudad de Buenos Aires, en la cual básicamente todos los hospitales tienen que tener un biongeniero de gestión. Entonces eso fue importante y se ha divulgado mucho la carrera.
Entre Ríos es una provincia, como la mayoría en el país, no muy fuerte, con pocas industrias. Cuando hacés un paneo, te das cuenta de eso, le cuesta progresar a nivel mundial, fuera de unos focos que tenés fuerte.
Últimamente, y sin querer entrar en el mérito de si está bien o mal, y con las precauciones para que no se malinterprete, sé que en los últimos años se le dio mucha importancia e inversión para traer cerebros, repatriar conocimiento. Sin entrar en el mérito si se hizo bien o mal o se robó dinero, al país le sirve si lo sabe utilizar de acá en adelante y si no es solamente un aprovechar que estaban mal en Estados Unidos y de acá a dos años se invierte la torta y se van todos de nuevo. Está Tecnópolis, que para quien está empezando; son puntos de interés.
Por otro lado, una cosa que me di cuenta al salir de Argentina y al llegar a Brasil, no porque sea el gran país, pero una de las cosas que tiene mejor es que al chico cuando está estudiando y hace una pasantía, aquí se le paga, y bien. En Argentina, tenés que pagar para ser pasante. No quiero ser simplista, pero tampoco creo que al que le pagás tiene más tendencia de salir y dejar la facultad, como pueden pensar algunos. Como está estructurado aquí en Brasil la gran mayoría de los estudiantes de cualquier cosa, Abogacía, Periodismo, tienen que hacer pasantía, que es paga y no mal.
Por ejemplo, veo y me sigue llegando mails de la facultad y están llamando para ser auxiliar de Electrónica II y pagan un sándwich con mortadela. Es casi una falta de respeto, y eso te das cuenta cuando salís y ves otra cosa. Te dejan hacer la pasantía y tenés que pagarte el colectivo, el sándwich.

Autor: Oscar Arnau
Fuente: Diario Uno Entre Ríos

Comentarios

monica terasita ruiz diaz
2016-11-14 14:14:08
Hermosa historia !!!Felicitaciones
Daniel
2016-11-15 07:57:03
Grande Luciano...! Lo conozco "de potrillo" y también conozco de cerca el esfuerzo que hizo, con esos interminables viajes "a dedo" a Paraná, para recibirse -sin problemas- e insertarse (por su capacidad) inmediatamente en el mercado laboral, con el agregado de ser en una empresa del exterior. Lo demás él lo ha contado, pero no sabe de mi enorme alegría por ser hijo de los queridos Rita y Rosendo...mis amigos.